A los diecisiete, en el otoño,
llegó para mí por primera vez la Semana Internacional
de Cine Religioso y de Valores Humanos de Valladolid. Otra época, recuerdos que
permanecen al calor de una experiencia inolvidable. Se celebraba en el
desaparecido Cine Avenida, al que la sociedad vallisoletana accedía al caer la
tarde con sus mejores galas, mientras
mis amigos y yo esperábamos pacientemente a la puerta, para, tras intentarlo,
lograr entrar gratis en la sala. Ese mismo día, mientras, sin entrada, buscaba
una butaca vacía, y los espectadores se esforzaban en seguir la traducción con
auriculares, la sala se incendió de repente con los sonidos impactantes de las
Carmina Burana de Carl Orff, creando un entorno mágico mientras en la gran
pantalla un náufrago llegaba a una isla en medio de la noche de tormenta. La
película era en sueco sin subtítulos. Bastaban la música y el paisaje. El
llanto estalló de emoción en mis ojos, el llanto toda la película. El acomodador
me llevó a un asiento, sin preguntar nada. Nadaba en lágrimas. Descubrí
entonces a Ingmar Bergman, a Andrzej Wajda, a Luchino Visconti, a Pier Paolo Passolini,
a Federico Fellini. Los mejores.
Hoy, Valladolid aparece inundado de cine en este tiempo de primavera declinante, que es ya otoño. Valladolid lleno de cinéfilos, vallisoletanos y foráneos, jóvenes y mayores, todos atando cabos, buscando las citas inexcusables, las sorpresas inesperadas. Volver ala Seminci , seguir
persiguiendo el sueño de sentir la emoción, la emoción del paisaje, de la
música, del dolor, del amor, despertar en la quietud de la sala a otros
mundos, navegar con la imaginación y
abrirse a sensibilidades insospechadas. Aunque presto especial atención a
“Tiempo de Historia“, el hecho de seguir con curiosidad cuanto se programa me
permite sobrevivir al mundo que me rodea a la par que comprenderlo mejor. Este
año con alfombra roja de guía, que recorre las calles y te lleva puntual a las
salas, estrenando el Teatro Zorrilla.
Las gentes del cine se distinguen en la mirada perdida, en el andar por
la calle, de manera informal, libres, y con frecuencia ilusionados. Es fácil
encontrarse con estos o aquellos y sorprenderse en los encuentros, descubrir
los rostros conocidos que no aciertas con seguridad a situar en el espacio.
Aunque no cruces su mirada, están aquí.
Desdela Semana
a la Seminci. En
la Semana era
casi imposible acceder a las entradas, sus precios no estaban al alcance de
jóvenes y estudiantes, dominaba el protocolo, pero, aún así, lográbamos entrar
y descubrir una mirada de belleza al exterior que conmovía, el cine ya era una
pasión. En la Seminci ,
tantos descubrimientos, con entradas a
precios asequibles, tantas salas abiertas, horarios flexibles, que permiten acceder a las múltiples
exhibiciones, los encuentros, debates, foros. Sólo las miradas se quiebran en
la inauguración o clausura, pero el resto de la Semana el espectáculo está
abierto y todo cuenta, mientras la pantalla transmite ese inmenso caudal de
sugerencias que acercan el arte, estimulan la imaginación y mantienen viva la
capacidad mágica del cine.
Hoy, Valladolid aparece inundado de cine en este tiempo de primavera declinante, que es ya otoño. Valladolid lleno de cinéfilos, vallisoletanos y foráneos, jóvenes y mayores, todos atando cabos, buscando las citas inexcusables, las sorpresas inesperadas. Volver a
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