sábado, 30 de marzo de 2013

Percepciones en la visita al Monasterio de Poblet (Tarragona)

Huir del dolor, de la soledad, del abandono, del ruido, llegar al silencio. La celda, la habitación de la Hospedería en la que me alojo, es de líneas puras, minimalistas  limpia, con una gran ventana al campo.  


El jardín cuidado de plantas aromáticas, el viñedo y las construcciones dentro de la cerca de piedra, fuera la extensión  de los pinares y la montaña en la que culminan los molinos batidos por el aire. El viento sonoro se escucha constante tras la ventana, los silbidos  anuncian el paso de las escasas nubes en un cielo azul. Ver pasar la tarde, la noche, esperar el tiempo, escuchar el silencio y el rumor del agua en la fuente y volver, volver a lo cotidiano, a lo que nos embarga a lo que nos desasosiega y nos entristece. Al caer la tarde, apetece asistir a los cánticos de los monjes que puntualmente se dan cita en las "vísperas" del día. Mas esa cotidianidad de lo difícil, de lo duro me protege, a veces, pues el placer y el disfrute no se alcanzan fácilmente. Quizás en este recogido rincón construido en torno al Monasterio Poblet, entre el sonar del viento y el silencio descubra la tranquilidad que necesito: desahogar la mente, llorar sin ruido, disfrutar la visita, no recordar, no pensar, dejar que pase el tiempo, esperar el silencio. 


A veces, el corazón atenazado por el pesar es un lastre difícil de arrastrar en los viajes de placer y nunca antes como ahora me había ocurrido y me había durado tanto tiempo, esperar el silencio. En este brutal tiempo de espera, siempre sumergidos en los límites.