jueves, 17 de enero de 2008
Ryszard Kapuściński: una mirada sincera y valiente
La exposición de
fotografías sobre África (“África en
Poca atención se
ha prestado desde España a cuanto sucede en África, no obstante la proximidad a
que se encuentra y las numerosas tensiones que de ello se derivan. De ahí que
cuando se nos brinda la oportunidad de acercarnos, siquiera sea con la curiosidad
de la mirada, a las imágenes que evidencian los múltiples matices y desgarros
de una realidad insoslayable, la oportunidad no puede ser desatendida so pena
de incurrir en la banalidad de la indiferencia, a la que tan propensa es
nuestra sociedad. Una oportunidad que, irrepetible, se acrecienta cuando lo que
a nuestros ojos se ofrece es el resultado de las percepciones y vivencias que Kapuściński
tuvo en su impresionante y admirable experiencia africana.
Basta leer “Ébano”
(Anagrama, 2000) para darse cuenta de lo que realmente significan la
sensibilidad sin reservas de un intelectual comprometido con los problemas y los
conflictos de su época. Expresarlos por escrito no es, desde luego, tarea fácil
cuando las dificultades se acumulan, las privaciones son abrumadoras y el
ambiente de incomprensión descorazonador. Aun así, la peripecia de Kapuściński
en África se remonta al año 1957, cuando el “sol de las independencias” de que
tan brillantemente habla Dumont comenzaba a surgir por el horizonte y las
vivencias se enmarcaban en el contexto de las zozobras propias de la transición
del modelo colonial a la nueva geopolítica a que se abrían los nuevos Estados
con más entusiasmos que posibilidades. Durante cuatro décadas, el periodista
polaco (1932-2007) viajó reiteradamente a lo largo y ancho del continente
“evitando las rutas oficiales, los palacios, las figuras importantes, la gran
política”. Por el contrario, los mensajes aportados por la realidad, y que
recoge en descripciones excepcionales, le vendrían dados por el contacto
directo con las gentes, por la vida vivida con las penalidades ocasionadas por
todo tipo de carencias, por la inmersión sin paliativos en “la tela multicolor”,
“el tapiz abigarrado” que el autor identifica con cuanto sucede en el turbulento
entorno que le rodea.
Sólo una
experiencia tan dilatada en el tiempo le permitirá asistir vigilante a la trayectoria del África contemporánea,
hasta el punto de que no es fácil encontrar en el panorama cultural de
Occidente testigos tan cualificados y convincentes, a los que recurrir, con la
confianza y credibilidad necesarias, para entender situaciones y
acontecimientos difícilmente comprensibles. Ya se trate de dar explicación a la
emergencia de la identidad política en Ghana, de describir la singular
experiencia golpista de Zanzíbar, de interpretar las brutalidades del régimen
de Idi Amin en Uganda o de Charles Taylor en Liberia, de encontrar una
explicación al fracaso de los programas socializantes en Tanzania, de denunciar
las atrocidades del apartheid sudafricano o las sinrazones bárbaras de las
catástrofes de Ruanda o Sierra Leona…. siempre emerge la conciencia de quien
siente todo lo que ve como propio, como entrañablemente afín, como algo que le
incumbe más allá de la coyuntura o de la sensación momentánea de fracaso
histórico que la comprobación fehaciente de los hechos proporciona. Nada le es
ajeno, porque nada es trivial ni invita al desdén.
En todos los
casos, y de forma reiterada, cual constante enriquecedora de las perspectivas
utilizadas, gentes y paisaje se entreveran en una simbiosis que en África
resulta indisociable. Y lo dice con palabras que no admiten réplica: “¡cómo
encajan las gentes en ese paisaje, en esa luz, en ese olor!, ¡cómo se
convierten el hombre y la naturaleza en una comunidad indivisible, armónica y
complementaria!, ¡cómo se funden en un solo cuerpo!”. Todas estas sensaciones,
experimentadas en primera persona y sin intermediación alguna, se transmiten a
las imágenes registradas por la cámara que Kapuściński utilizará sin cesar. Cuarenta
años dan para mucho cuando de plasmar en fotografía lo vivido se trata, y sobre
todo cuando coinciden con la época en la que se fragua el África de nuestros
días con todas sus contradicciones e incertidumbres. Sentirlas como próximas no
es un ejercicio de mera retórica: es la obligación de una sociedad como la
nuestra, empeñada en vivir de espaldas a lo evidente.
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