Escribí este texto durante un viaje a Galicia en el verano de 2010, el año en el que se conmemoraba el 125 aniversario de la muerte de Rosalía de Castro (1837-1885).
En una de
esas tardes lluviosas de Galicia, con las cimas de los montes cubiertas por la
niebla cerrando el horizonte y entre el rumor de aguas fuentes y ríos verdes y
cristalinos, lejano el mar, llegué a la casa de Rosalía en la villa coruñesa de Padrón. Desde el paseo del Espolón, a orillas del río Sar, con la imagen de Rosalía presente en el recuerdo que evoca en el extremo del paseo la estatua erigida por Os padroneses do Uruguay, y tras cruzar el canal y el paso a
nivel, al otro lado de la estación en “ A Matanza”, se encuentra la Casa Museo de
Rosalía.
Una ancha y
redondeada cerca granítica, maciza y húmeda, guarda el recinto de los últimos cinco años de su vida. El jardín silencioso, verde, en la plomiza y
lluviosa tarde de verano es el anuncio del paisaje interior. Los centenarios
ficus de mil troncos, el nogal, el sauce. el peral, el castaño, el roble, los hibiscos, las hortensias, ceden sus hojas a
la lluvia que lentamente se adueña del silencio proclamando poderosa su
murmullo de agua entre el granito y los
árboles, mientras el caminante penetra en la
“ escondida senda “ que aún
conserva los rincones de mesas y bancos
de piedra para el reposo en las soleadas tardes, que, haberlas, “haylas”.
En ese silencio contemplativo, lejano, de un
recuerdo no vivido antes, pero muchas veces imaginado, su casa de “A Matanza “
en Padrón se ofrece al visitante firme, fuerte, sencilla, humana al fin en
sus medidas, en su altura , en sus vanos , su mirador abierto y en su ordenado
recorrido del último y final reposo de Rosalía
ya enferma de muerte a sus 48 años.
Subo el
primer peldaño de la generosa sala de la
entrada. En la planta baja, zaguanes, almacenes, despensa, bodega, salas , en
fin , de acopio, que guardan hoy la obra
de Rosalía, sus primeros poemas, sus primeros libros, sus fotos, su
madre, sus hijos, los cientos de recuerdos de los emigrantes gallegos en la "América Total", de Uruguay, Argentina, Cuba,
Chile, México, mientras la segunda planta conserva intacto
el escenario de su vida. Vida y obra se muestran mezcladas y ordenadas en un juego armonioso de
estancias que seducen al visitante en un
entorno que trasluce la armonía de sus sentimientos. De una vida de inicial
deriva incierta. Inscrita en el registro civil como nacida en Santiago como
hija “ilegítima de su madre Teresa de la Cruz de Castro, y
padre desconocido que, hoy sabemos, era cura de Santiago, no entró en la inclusa como
era la costumbre, ya que fue criada por sus tías paternas hasta los cinco años en que
comenzó a vivir con su madre. Casó a los 21 con Murguía historiador que será director del Archivo de
Simancas donde la escritora nos dejó esos inconfundibles versos de: planura sempre
planura, / deserto sempre deserto.
Se abre paso
a golpes de dolor y realidad a la
poesía y a la belleza de la permanente y universal visión de la emoción por el paisaje y las vivencias
de su tierra. Las estancias domésticas en ese escenario de
laberínticas salas que desde la cocina,
primer y esencial reducto de vida, con su fogón, su horno, su pila, todo de piedra, sus cobres, potes, caldera,
lechera, , sus basales y alhacenas, esa cocina
que da calor y lo administra al
resto de la casa, comedor, dormitorios , el suyo intacto conserva incluso el armario con su propia ropa a la vista,
despacho y biblioteca, sala de visitas, adornada con los paisajes y retratos familiares
pintados por su hijo Ovidio, tan
limpias ,hermosas , reales, acogedoras, que trasmiten la sensación de
escenas vividas en la familiaridad cotidiana de la vida y de la muerte, guardan
primorosas y sencillas su memoria.
La casa fue
adquirida por los defensores de la cultura y la lengua gallegas ya en los años
40 y preservada como lugar de encuentro
cultural , que incluso el franquismo respetó. Hoy es patrimonio de
todos los españoles.