domingo, 20 de diciembre de 2009

Dar nombre a la historia: en recuerdo de Félix Madera

Aunque la Historia es con frecuencia anónima y carece de protagonistas conocidos, resulta herramienta aleccionadora cuando saca a la luz sucesos que sirven para rescatar del anonimato a quienes los vivieron y protagonizaron. El azar me ha llevado a conocer uno de los que, al descubrirlo, conmueven las conciencias. Ocurrió en Valladolid al poco de comenzar la guerra civil.


Veo casi a diario a la nieta de Félix Madera García, obrero que fue de los talleres del ferrocarril. Sentía la necesidad de comentárselo a alguien, de que su experiencia no cayese en el olvido. En una ocasión me mostró un pequeñísimo anuncio aparecido en El Norte de Castilla del 17 de Diciembre de 1936. Me dijo que lo había encontrado en la cartera de su padre, Ovidio Madera Ramos, cuando había  fallecido y  que nunca  antes lo había visto. Lo había guardado en lo más profundo de su memoria. Aludía a ajusticiamientos civiles del siguiente modo: “Esta mañana, a las siete y cuarto, han quedado cumplidas las sentencias de pena de muerte impuestas en Consejo de Guerra a los procesados Félix Madera García, Manuel Holgado García, Anastasio Holguín Rodríguez, Daniel Martín Rodríguez...dictada por Consejo de Guerra el 13 de Noviembre de 1936”. Cuatro historias trágicas, que ahora no puedo detallar.
Me señaló también que, días antes, dijeron a su esposa que “si quería el cuerpo, debía recogerlo justo después del fusilamiento. Mi abuela Elisa, mi padre de catorce años y otra  persona subieron al alto de San Isidro con una carreta de las que se utilizaban para transportar cántaros de agua, llevando la caja en la que debían enterrarlo. Pero no pudieron hacerlo en la tumba familiar, sino en un terreno habilitado para los  “rojos” en el cementerio, entrando  a la derecha“. Al fin, y en un ambiente de confianza hacia mí, las preguntas, tantas veces ocultas, afloraron inevitablemente y así me las transmitió: “¿Por qué le habrían condenado?”, “¿qué hizo para que eso ocurriera?”. Mi respuesta no podía ser otra: “Todo eso, le dije, consta en los archivos, que tienes derecho a consultar libremente”, mientras recordaba aquella frase de Leon Tolstoi en la que dice que “todas las familias felices son iguales; pero que cada familia infeliz lo es a su manera”.
            Sorprende que, dos años más tarde de haber sido fusilados, el Juzgado Militar Nº 8 de la Séptima Región Militar abra un Expediente de Responsabilidad Civil contra los ya ejecutados para determinar en la que hayan podido incurrir como consecuencia de su “rebelión contra el Movimiento Nacional”. El 20 de Enero de 1939 se les condenará, ya muertos, a pena de muerte, “para que quede declarada ya por sentencia firme la culpabilidad, al resultar civilmente responsable por su actuación contraria al Movimiento  Nacional”, a la vez que “se decreta el embargo de todos sus bienes”. En el caso que nos ocupa, la acción se aplica a “Félix Madera García, de 37 años, casado, ferroviario… de profesión  montador de la Compañía de los Ferrocarriles del Norte de España, afiliado al Partido Socialista y a la U. G. T., directivo secretario de dicha organización. Con gran ascendiente sobre los correligionarios suyos que le consultaban. Recaudador del Socorro Rojo Internacional. Según consta en los informes de la Administración de propiedades y Contribución Territorial del Estado, examinados todos los libros de registros, no posee cantidad alguna en cuenta corriente  ni depósitos en efectivo ni valores ni alhajas de ninguna clase, ni en concepto de propiedades rústica y urbana. Deja esposa y dos hijos de 10 y 14 años”.
Pese a la minuciosidad de los informes, llama la atención que de nuevo, el 27 de Agosto de 1940, se reclame a los familiares la declaración de los bienes de los fallecidos y su incautación, tal y como figura en el Expediente del Tribunal d Responsabilidades Políticas de Valladolid. En su respuesta, la viuda de Félix Madera, Elisa Ramos  Herreras, manifestará “que no posee bienes de ninguna clase, teniendo como únicos ingresos el jornal de 4,75 pts. que percibe como taquillera del Cinema Lafuente de esta capital, viviendo en compañía de su padre desde la muerte de su esposo,  que tiene dos hijos y no tiene deudas”. Hasta 1945, nueve años después de su fusilamiento, no se cerrará el expediente de incautación de bienes a los cuatro trabajadores juzgados y sentenciados con sendas condenas de pena de muerte varios meses después de que fueran ejecutados.   
            La vida de esta familia, sumida hasta ahora en el anonimato y a la que he conocido por mera casualidad, ha transcurrido en la soledad helada, en el silencio total,  abatida por el recuerdo de su abuelo y por los acontecimientos vividos en aquel atroz verano de 1936. Así lo recordaría siempre el padre de quien me ha hecho llegar esta historia, cuando tras la ejecución del suyo, y con apenas 13 ó 14 años, es llevado en un camión al pinar junto con otros, en plena noche, solo a la luz de los focos del camión y solo ante la muerte inconcebible. En ese duro trance uno de los captores, al verle, dice en alto: “¿ Pero que me traéis  aquí?. Es solo un chaval; anda,  corre,  marcha de aquí”. Se echa a correr sin senda, sin camino conocido, se tropieza, cae, vuelve a emprender la huída, sin mirar, sin ver, sin querer oír los gritos, las descargas, hasta que, aterrorizado, cae agotado. Con las primeras luces del día, buscará  las vías del ferrocarril que lo devuelven a su casa. Así reemprendió la vida, con el dolor en el alma  y con el  recuerdo de su  padre que conservó, silencioso, en la cartera hasta su muerte.
Dice Albert Camus que fue en España donde los hombres aprendieron que es posible tener razón y aún así sufrir la derrota. Esto es lo que explica por qué tantos hombres en el mundo consideran el drama español como su drama personal.


lunes, 16 de noviembre de 2009

La mirada y el coraje de Caty Montes


Hay en Valladolid una mansión recoleta, sobria y entrañable entre los árboles que conserva el tiempo, dinamiza el espacio e invita a la visita, y que cada viernes abre sus puertas al futuro de esperanza con el que sueña Catalina - Caty -  Montes, siempre exquisita, elegante, discreta y generosa. Culta y sencilla. Su figura es inconfundible, se integra plenamente en ese ambiente de cultura, amistad y tolerancia que ha sabido tan bien fraguar y en el que tantos nos sentimos reconfortados, obedientes a la cita convocada con la intención de hacer de la palabra y del arte los ingredientes fecundos de un espacio de encuentro que jamás se desvanece.  




Te veo a veces, Caty,  con la mirada perdida, absorta, mas atenta, manteniendo el tipo, con tu silencio a flote, con tu interior protegido, cerrado, abierta, como estás, a cuanto ocurre a tu lado, sensible a la causa de todos los perdidos y desheredados, incluso, a los que se saben perdedores sin fortuna, sin futuro ni esperanza. No es simple cobijo lo que ofreces, sino escenarios múltiples propicios para el encuentro y la complicidad en lo que de más hermoso e interesante tienen el hecho mismo de crear y la amistad que se teje en torno a él.
Eres en realidad una triunfadora, con un destino sin límites, de horizontes que no se cierran. Dice Sándor Marai que la gente que vale hace las cosas hasta el final. Nunca se rinde e incluso se crece en el infortunio, que convierte en desafío y en actitud de rebeldía superadora. Así eres tú. Así serás. Confieso que tengo envidia, a la par admiración, de esa decisión acertadamente tomada, atrevida y definitiva, de escapar a la rutina del tiempo, de no resignarte a la desgracia, de ratificar tus propósitos, logrando que, veinte años después de la tragedia que asoló la Universidad Centroamericana, donde estaban los tuyos, y que supuso un  momento terrible de tu vida, decidieras  mantener en plena fortaleza tus proyectos de solidaridad en esa tierra distante y necesitada que es El Salvador. No en vano, con el coraje que te caracteriza, has permanecido fiel a ese  lema vivificador de dar despensa y escuela, de crear un entorno de supervivencia en pro de los más débiles, de recoger las esperanzas, de eliminar barreras, de alentar el futuro, haciendo que el futuro exista.















El dia 4 de diciembre de 2009, Caty pronunció una conferencia en el IES Zorrilla. En el centro de la imagen, está acompañada - de izda. a derecha- por Dolores Nieto, Fernando González, Carlos Duque (director) y Maria Antonia Salvador

Creo que a veces te invade la soledad, que guardas el dolor, ese sentimiento que nunca transmites; ajena a tantas cosas, y vigilante en tantas otras, conservas la pasión por la belleza, el arte, la música, la poesía, la solidaridad, los aspectos más bellos del alma humana, los que nos hacen grandes. Tu aparente fragilidad nos fortalece, mientras  te seguimos en este camino incierto de nuestras vidas. Decidiste un día ampliar tu mirada transoceánica, mantenerla sin pausa, apropiarte de lo que significan aquellos mundos que tanto nos necesitan para transmitirlo a los demás. Enhorabuena, Caty, por tu recorrido vital, por tu crítica sosegada y lúcida, por tu sentido de la solidaridad, por las sensibilidades que despliegas e integras. Gracias por enseñarnos tantas cosas sólo con la mirada. Tu mirada que no cesa.
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Catalina Montes falleció en Valladolid el 4 de abril de 2011. La Fundación que lleva el nombre de sus hermanos Segundo y Santiago mantiene viva en Valladolid la llama de la cultura a través de las interesantes actividades que regularmente organiza. 


jueves, 12 de noviembre de 2009

Aminatou Haidar: sólo una mujer




Una mujer sola, torturada, presa durante años en las cárceles marroquíes, es hoy una mujer frágil y enferma. ¿Cómo puede ser tan peligrosa? ¿Quién puede temerla?, ¿Acaso un rey tan rico y poderoso? ¿Cómo puede tenerle tanto miedo hasta el punto de vulnerar sus derechos básicos y abandonarla a su suerte?, ¿Cómo puede exigirle  que pida perdón por defender la tierra donde ha nacido? Pedir perdón por una vida en defensa de sus principios e ideales, que también son los de su pueblo. Los ciudadanos de a pie no la conocíamos hasta ahora, mas de pronto, al contemplar la tragedia que se cierne en torno ella, nuestro asombro se acrecienta día a día, ya que no podemos entender cómo los Gobiernos de los países más poderosos de la tierra, cómo la Unión Europea o Estados Unidos, que hablan siempre  de la defensa de los derechos humanos, no pueden defenderla  exigir la solución de la causa justa de una bellísima mujer sola y enferma. Fue Chateaubriand quién dijo que  tarde o temprano llega la historia para vengar a los pueblos  de la iniquidad de los poderosos.

Aminatu Haidar es un símbolo ya para la historia de las mujeres  y de la justicia, el emblema en el que se representan los derechos de un pueblo. Quizás algunos poderosos pasen también a la historia por la venganza de un símbolo, pues, si la Historia es lenta, nunca equivoca su destino. Por eso, Sr. Rodríguez Zapatero, Presidente del Gobierno de España, de la antigua potencia colonizadora de ese territorio, no olvide la defensa del derecho de autodeterminación del pueblo saharaui de acuerdo con la legalidad internacional. Más aún, aproveche la oportunidad histórica que le brinda Aminatu Haydar, para respaldar su causa, que es la del pueblo saharaui,  y pasar a la historia por defender la justicia frente a la iniquidad. Ahora es el momento de que quienes ostentan el poder en nuestro país sean fuertes frente a los fuertes y  generosos frente a los débiles: ese gran axioma de Bertrand Russell  con el que  Alfonso Guerra nos felicitó las Pascuas hace ya tiempo. Así lo hizo nuestro país vecino Portugal en la defensa de su ex colonia Timor-Leste frente a Indonesia y se ganó el respeto internacional.

 En realidad Aminatou es un símbolo de la libertad que guia a un pueblo sin derechos, perdido en el desierto y que desde 1885 hasta 1975 fue y se sintió español. de los derechos del Pueblo del Sáhara por ver el mar, por pescar en su mar, por volar libres en el cielo del mundo. Ahora que la conocemos, es un símbolo de libertad.


martes, 3 de noviembre de 2009

De la Semana a la Seminci

              A los diecisiete, en el otoño, llegó para mí por primera vez la Semana Internacional de Cine Religioso y de Valores Humanos de Valladolid. Otra época, recuerdos que permanecen al calor de una experiencia inolvidable. Se celebraba en el desaparecido Cine Avenida, al que la sociedad vallisoletana accedía al caer la tarde con sus mejores galas, mientras  mis amigos y yo esperábamos pacientemente a la puerta, para, tras intentarlo, lograr entrar gratis en la sala. Ese mismo día, mientras, sin entrada, buscaba una butaca vacía, y los espectadores se esforzaban en seguir la traducción con auriculares, la sala se incendió de repente con los sonidos impactantes de las Carmina Burana de Carl Orff, creando un entorno mágico mientras en la gran pantalla un náufrago llegaba a una isla en medio de la noche de tormenta. La película era en sueco sin subtítulos. Bastaban la música y el paisaje. El llanto estalló de emoción en mis ojos, el llanto toda la película. El acomodador me llevó a un asiento, sin preguntar nada. Nadaba en lágrimas. Descubrí entonces a Ingmar Bergman, a Andrzej Wajda, a Luchino Visconti, a Pier Paolo Passolini, a Federico Fellini. Los mejores.

Hoy, Valladolid aparece inundado de cine en  este tiempo de primavera  declinante, que es ya otoño. Valladolid lleno de cinéfilos, vallisoletanos y foráneos, jóvenes y mayores, todos atando cabos, buscando las citas inexcusables, las sorpresas inesperadas. Volver a la Seminci, seguir persiguiendo el sueño de sentir la emoción, la emoción del paisaje, de la música, del dolor, del amor, despertar en la quietud de la sala a otros mundos,  navegar con la imaginación y abrirse a sensibilidades insospechadas. Aunque presto especial atención a “Tiempo de Historia“, el hecho de seguir con curiosidad cuanto se programa me permite sobrevivir al mundo que me rodea a la par que comprenderlo mejor. Este año con alfombra roja de guía, que recorre las calles y te lleva puntual a las salas, estrenando el Teatro Zorrilla.  Las gentes del cine se distinguen en la mirada perdida, en el andar por la calle, de manera informal, libres, y con frecuencia ilusionados. Es fácil encontrarse con estos o aquellos y sorprenderse en los encuentros, descubrir los rostros conocidos que no aciertas con seguridad a situar en el espacio. Aunque no cruces su mirada, están aquí.


Desde la Semana a la Seminci. En la Semana era casi imposible acceder a las entradas, sus precios no estaban al alcance de jóvenes y estudiantes, dominaba el protocolo, pero, aún así, lográbamos entrar y descubrir una mirada de belleza al exterior que conmovía, el cine ya era una pasión. En la Seminci, tantos descubrimientos,  con entradas a precios asequibles, tantas salas abiertas, horarios flexibles,  que permiten acceder a las múltiples exhibiciones, los encuentros, debates, foros. Sólo las miradas se quiebran en la inauguración o clausura, pero el resto de la Semana el espectáculo está abierto y todo cuenta, mientras la pantalla transmite ese inmenso caudal de sugerencias que acercan el arte, estimulan la imaginación y mantienen viva la capacidad mágica del cine.

martes, 29 de septiembre de 2009

El Museo



Desde el pasaje de la calle Torrecilla  a la Plaza de Federico Wattemberg se va abriendo poco a poco, al paso del caminante que la descubre lentamente de abajo a arriba, la poderosa imagen del poder que en Valladolid se recorta en el aire en una luminosa mañana al compás de los acordes del vecino acordeón. Perdida en el tiempo, absorta en la contemplación de la belleza, se me fue una mañana del final del verano.

La piedra, el edificio, por fin en piedra blanca, la nueva imagen del monumento liso, luminoso, transparente,  que conserva desde el atrio sus salas recogidas, la escalera interior, el poderoso claustro, los patios, los muros, las suntuosas fachadas y cresterías, sus puertas y vanos, su capilla. Ahora enriquecido, adornado con la belleza, es la poderosa imagen del poder. Los artesonados, los ya conocidos y los nuevos de los que se desconoce su procedencia, sería bueno contar con la información  de estos en cartelas ausentes. Los artesonados cierran y abren la mirada de las salas, alargan las perspectivas.

Las nuevas disposiciones de las piezas son majestuosas, la nueva visión del retablo  de San Benito, tan cuidada, no hay que perder de vista los laterales macizos de las tablas,  o las figuras del entierro de Juan de Juni flotando, etéreas, al final de la potente sillería de nuevo San Benito, o la visión del retablo en madera de nogal de la Mejorada de Olmedo, tantas piezas  expuestas al visitante con esa luz que se extiende difusa por salas, pasillos y corredores, tamizada en los vanos. Magistral el blanco de la piedra.


Dice Josefina Bello en su obra “Frailes, intendentes y políticos” (Taurus, 1997) que la desamortización supuso una pérdida irreparable de nuestro patrimonio, a pesar de las leyes que se promulgaron para protegerlo. Expresivamente señala el ejemplo de aquellos monasterios cuyos monjes obtuvieron más recursos por la venta de los tesoros artísticos a particulares que el Estado por la enajenación de las tierras. Mas en el tema que nos ocupa las leyes se cumplieron y gran parte del patrimonio pudo ser protegido ante los avatares de la Historia. Desde 1933 tenemos un Museo Nacional en Valladolid en el Colegio de San Gregorio. A nuestro lado, a nuestro paso, a diario, abierto, accesible, lleno y colmado de riqueza desmedida, imponderable, donde perderse en el tiempo y abstraerse.


Perdida la influencia de Castilla en el resto de la Península, desaparecidos el Imperio de Carlos V y la Monarquía Hispánica de Felipe II, Valladolid conserva la imagen del poder. Es  la poderosa imagen del poder que perdura y que ha recuperado su espacio.



martes, 30 de junio de 2009

El paisaje boliviano de Nicolás Castellanos

Dueños de un colosal y a la vez desolado paisaje, los bolivianos conviven con la pobreza y el dolor desde tiempos ancestrales. Los nombres del horror son  también los  mitos que aprendieron  de sus antepasados en su lengua aymará nunca olvidada: Tiwanaku, Illimani, Lago Titicaca.  Afrontan el futuro con la esperanza de comenzarlo todo de nuevo, rehacer el paisaje humanizado que contrasta, en su brutal realidad,  con la serena quietud, con la claridad de los Andes,  de colosal belleza. Es el Altiplano, el desolado paisaje rural de cabañas de adobe y cubiertas de paja o hierba seca, formado por áridos campos de cultivo donde escasos animales pastan en el secarral, y en el que las figuras infantiles, protegidos por sus madres redondas con pollera en el suelo y cubiertas con el sombrero característico, son la única nota de color que destaca en la inmensa llanura de barro.


La Paz (Bolivia) 

La ciudad de la Paz es gris en la madrugada. La recuerdo envuelta en la niebla que, al descender, iba dejando al descubierto la ladera formada por inmensas coladas de barro, derrubios y aglomerados como si descendieran al fondo de la tierra, tapizada por una infinita arquitectura de cubos de ladrillo sin enfoscar, sin concluir, aunque habitadas. Con las primeras luces de la madrugada, a medida que la niebla se despeja y el cielo cobra un intenso azul, aparecen las cumbres nevadas de los Andes en el horizonte de la Paz; los Andes imponentes que la cierran por el Oeste.

Desde la Paz se llega a Santa Cruz a través de  una carretera tortuosa, que salva altitudes que van de los 4.000 a los 400 metros, y que se divisa desde el aire como una sierpe desafiante. Al llegar al Oriente boliviano se impone la visión de su inmensa llanura vegetal, ocupada por las plantaciones tropicales en grandes explotaciones y los rebaños de ganados blanquecinos de cuernos retorcidos. En la selva nocturna, el silencio  es un ruido incesante de vida al acecho que estalla colosal en la madrugada, desde los insectos a los graznidos salvajes de  aves y otros animales que crecen y crecen. A veces el viento feroz llena las estancias de un polvo rojo y penetrante que inunda el paisaje de una coloración borrosa. Es así, el cielo es bruma de polvo, invisible claridad.


Santa Cruz se expande en medio del difícil  laberinto boliviano. Donde antes era la selva y el multicolor del arbolado se extiende, desaparecida aquélla y con brutal certeza, la masa humana sumida mayormente en la miseria. Es mezcla de visiones, olores y comportamientos que en sus anillos periféricos nos acercan al círculo visible del infierno dantesco, abierto al mundo cada día en un sálvese quién pueda dentro de un desolado marasmo vital de gentes envueltas en el calor tropical por el que  circula en lecho abierto la cloaca urbana. En el quinto anillo del barrio 3.000, vi “El Paraíso” en un rincón, ocupando una vasta extensión verde, con construcciones modernas, limpias, en las que la hermana Belén con su abierta sonrisa crea un orden que no impone. Múltiples estudiantes de todo el Cono Sur desarrollan allí su formación y ponen a prueba su inteligencia. De pronto, salas y comedores se llenan de otras gentes. Vi fotos de grupos de mujeres solas, o de ancianos o de soldados. También vi niños de verdad con múltiples discapacidades, en ropa deportiva celebrando felices las Olimpiadas Nacionales con sus maestros y monitores. Gentes  diversas acuden a comer por turnos. Hay agua limpia en la ducha, comida diaria, silencio,  soledad, tiempo para la reflexión y el debate y una gran solidaridad. En el espacio nocturno es el momento de la música, de las músicas de toda la “cintura cósmica del Sur”. No llegué a visitar la Casa Cuna donde las madres, cuando no pueden sostener a sus recién nacidos, los llevan para recuperarles de sus enfermedades y desnutrición crónicas.


Es la Ciudad de la Alegría del Proyecto Hombre, donde Nicolás Castellanos, ausente, está presente. Construida con fondos de la Cooperación española, un pedazo de paraíso en un rincón de Bolivia, yo lo vi. ¿Quieres venir a palacio? Me dijo un día Martín, profesor entrañable. Creí que se trataba de un verdadero palacio y, por curiosidad, acepté. La puerta abierta, y franqueable a quien quiera, da a un pasillo de tierra envuelto en una vegetación cubierta inevitablemente por el polvo del tráfico incesante  de todo tipo de vehículos que recorren el Quinto  Anillo  que  la rodea.


La casa rezuma pobreza, como todas las de su entorno. Es mínima en su arquitectura y pertenencias, con un  reducido espacio de reposo para D. Nicolás Castellanos y el ocupado por las salas de algún cooperante entregado a una labor encomiable. La cocina y el baño reproducen las míseras condiciones de las viviendas, de esas construcciones de barro, con paredes y cubiertas donde se entremezclan la madera, el adobe o el ladrillo y algún vano, mínimo. Todo está en orden, mientras, como única nota de modernidad, un gran mapa de Bolivia, un ordenador y una mesa de madera clara.  Yo lo vi todo y me impresionó.


Allí vive D. Nicolás, el que fuera obispo de Palencia. Decidió cambiar el confort de la residencia palentina por el “palacio” de Santa Cruz. Recientemente lo asaltaron en busca de dinero. Encontraron 57 dólares. Mas él es dueño de un tesoro intangible que nadie puede arrebatarle, su eterna juventud, su fortaleza a los más de setenta años y la bondad infinita de su persona. Dice Sándor Maraí que ”la juventud es una percepción singular de la vida y que mientras dura la juventud nadie puede hacernos daño”.  Me dijo: “ya ves, en España los chicos lo tienen todo y no ven claro su futuro, aquí solo tenemos esperanza”.

martes, 9 de junio de 2009

El futuro de la esfinge: Barack Obama en El Cairo

Ni siquiera la belleza de las nubes grises con amenaza de tormenta en el cielo vallisoletano logró alejar de mi pensamiento la espléndida portada de "El Norte de Castilla" en la que se mostraba al Presidente de Estados Unidos, el  joven Barack Obama,  ante la árida, mineral y eterna imagen de la esfinge de Giza. La figura mira el tiempo, lo tiene en sus ojos, su mirada perdida lo ve pasar con la eterna belleza del origen, mientras conserva su esplendor en medio del desierto. Es una sensación que jamás se olvida. Es la que tuve con ocasión de mi primer viaje a El Cairo, cuando escribí que “la esfinge mira al futuro, mientras yo vuelvo el rostro para ver en ella el pasado”.



Lo he recordado de nuevo al comprobar que la imagen de Obama en ese entorno me ha dado la razón. Tal vez, en medio del desierto, y desde hace miles de años, la esfinge anclada en Giza esperaba al presidente norteamericano que para muchos de nosotros representa el futuro, pues no en vano el hecho de que un hombre de origen africano pise la capital egipcia como presidente del país más poderoso de la tierra y exprese allí la esperanza de muchos, resultó, en nuestro mundo global, perturbado, dolorido y en crisis permanente, una mirada de esperanza.

Y lo hizo con ese lenguaje natural, que no necesita ser interpretado, porque es razonable, sencillo,  claro y todo el mundo lo entiende. Y sabe bien lo que significa oírle decir que "La situación de los palestinos es intolerable. Sufren las humillaciones diarias que acompañan a la ocupación. Nunca daremos la espalda a su derecho legítimo a vivir con dignidad y un estado propio" o algo tan sorprendente como cuando alude a “un mundo de diversas religiones, culturas y formas de gobierno, en el que resulta difícil que una causa surja con poder suficiente para decir algo universal a los seres humanos”. Además, con ese orgullo de reconocer nuestro pasado como lugar de  encuentro y concordia, en esta  nuestra tan denostada Historia, confieso que la primera vez que en  un discurso de gran alcance un presidente  de EE. UU. hable de España me conmueve. Le deseo que logre alcanzar los objetivos expuestos en sus discursos, llanos, comprensibles y sensatos. Se le ve dispuesto a todo, libre. 


Sostiene Antony  Beevor  que nada destruye con mayor rapidez el espacio político de la concordia que la estrategia del miedo y la retórica de la amenaza. Sin miedos  ni amenazas, el discurso de Obama  habla claramente de esperanza.  En mi viaje de entonces pensé  que en Egipto el pasado y el presente  conviven sin futuro, se saben inmortales, se saben eternos, con eso les basta. Pienso hoy que quizás el futuro a este mundo sin salida de tantas gentes sin lugar y tantos lugares sin gente  se haya perfilado en El Cairo. 

lunes, 16 de marzo de 2009

Miradas sobre el Duero



Perspectiva de Castrotorafe, junto al embalse de Ricobayo en el Esla 

Guardo un recuerdo imborrable de mi abuelo paterno, que en las claras mañanas del verano castellano nos conducía a mis hermanos y a mí por los caminos secos y agrestes, de chinaco, hasta la ribera del río Esla. Nos mostraba las marras que, según él, iban a marcar la llegada de la  “lengua de agua”, nombre que mi hermano Tomás utilizó en uno de sus primeros poemas. La llegada de la lengua de agua haría desaparecer para siempre el paisaje hermoso de la ribera verde y frondosa, el paisaje de su juventud, de cuando él y el niño que entonces era mi padre, al final de la década de los felices años veinte, ajenos a todo lo que sucedía río abajo, disfrutaban de la riqueza del Prado de los Valles, donde pastaba el ganado de todas las especies, y que era su mayor riqueza. Nadie creyó nunca en el pueblo que el agua subiría desde el fondo del  río y el Prado de los Valles hasta el  Prado Pequeñín, justo  a la vera del pequeño núcleo de población.
            Pero un día, tal y como habían previsto los ingenieros de apellidos vascos, que estaban al tanto de las obras, sucedió. Un día la pacífica lengua de agua llegó hasta las marras. Desde entonces el pueblo perdió su paisaje, su mejor valor, los prados verdes de la ribera y conservó sólo el resto del término, pedregal pizarroso de escasas hoyas fértiles. Su geografía se transformó por las torres de alta tensión, él las llamaba los gigantes de hierro, como los antiguos molinos, que en la soledad de los campos castellanos, transportaban la electricidad lejos, hacían ruido y rompían el horizonte de la penillanura, entre las centenarias encinas y carrascas, y el oloroso manto verde de tomillos, jaras y romeros que embellecían  las estaciones.
            Solo en lo alto, el viejo dinosaurio de Castrotorafe, la descomunal fortaleza medieval, escenario de juegos infantiles, conservaba su silueta expectante sobre el nuevo mar azul que hizo de mi pequeño pueblo tierra adentro, casi un pueblo marinero, y en el que el embalse se convirtió en la nueva referencia visual del paisaje, con la subida y bajada de sus aguas, y hoy ya casi siempre seco, con su tierra agrietada, cuarteada su ribera, sin árboles, ni prados, ni ganado, seco y vacío, con su gigantesco Puente de la Estrella, que cruza el estrecho caudal del nuevo, desconocido y cenagoso rio Esla.
     Poco sabían sus habitantes de los impresionantes trabajos río abajo, que la colección fotográfica de Iberdrola nos muestra en la espléndida exposición organizada por Gerardo F. Kurtz, “Luces del Duero 1900-70”. Un largo y espectacular recorrido de casi un siglo que pone al descubierto el aprovechamiento estratégico de un paisaje, el “arribe”, en la confluencia del Esla, para extenderse después hacia el Duero, allá en el oeste, en la raya, en el límite de las pequeñas poblaciones de las provincias de Zamora y Salamanca con la frontera portuguesa.
            La  agudeza y decisión de visionarios como José Orbegozo y Federico Cantero Villamil y los capitales foráneos hicieron el resto. Sorprende cómo debió de ser el transporte en esos lugares, donde los caminos de rueda no habían hecho su aparición hasta finales del S. XIX. El estruendo de las gigantescas máquinas, la instalación de imponentes grúas, de grandes aliviaderos y turbinas. La mayor innovación en obra de ingeniería civil de toda España tenía lugar aquí, en el Oeste. Los primeros claros en los túneles graníticos, sin tuneladoras: imágenes extraordinarias. Como también lo es la del primitivo templo, la primera arquitectura que fue trasladada, piedra a piedra, hasta su actual destino en la basílica de San Pedro de la Nave.  
Pero sorprende aún más la escasa o casi nula referencia a la dureza del trabajo realizado, a las víctimas de los dramáticos y numerosos accidentes en esos roquedos y domos graníticos que las aguas de un primer Cuaternario habían abierto de cuajo, infranqueables. Son impresionantes los andamios de troncos de madera a más de 40 ó 50 m del suelo, clavados a pico en el valle en caída perpendicular a las aguas.
            Contaba mi profesor de Geografía, Don Jesús García Fernández, que en 1971 me llevó por primera vez a visitar la  aún hoy casi indescriptible presa de Aldeadávila y recorrer el complejo propiedad de la empresa que entonces era Iberduero, y que  por  fin  me explicaría la subida del agua hasta las marras,  que al principio de la obras incluso estudiantes universitarios de Salamanca iban a trabajar en los veranos a las presas, pero que eran tantos los accidentes, debido a las explosiones, y fueron tantos los muertos, que al final prefirieron contratar a los paisanos y a los portugueses de Tras Os Montes que apenas figuraban en los censos de esas tierras aisladas. Decía que esto lo contaba Don Miguel de Unamuno en sus cartas, aquel gran visionario vasco, que desde las tierras castellanas escribía “Contra esto y aquello”.
            Era el progreso que llegaba a esas tierras, grandes inversiones que no harían prosperar a esas gentes que seguirían abandonando esas tierras hasta la práctica despoblación en que hoy se encuentran. A cambio, las situaron en los primeros lugares de Europa en la producción de hidroelectricidad para atender necesidades que les eran muy lejanas. Pueblos y gentes que un día, de pronto, sin creérselo siquiera, vieron inundarse sus valles,  al tiempo que sintieron por primera vez el estruendo del agua que hasta entonces había corrido mansamente, aunque a ellos la electricidad solo les llegaría en el último tercio del S. XX. Doy fe.




miércoles, 4 de marzo de 2009

La ciudad iluminada en la fotografía de Luis Laforga

La noche del verano transparente descubre la ciudad desconocida.  Es la ciudad del paseante solitario, de la gente sin palabras, sumida en la luz nocturna, que agrega claridad y muestra la belleza auténtica del espacio vivido. Nos abre otra perspectiva, aquélla que los hábitos a que obliga el recorrido cotidiano, bajo las luces del día, nos impiden captar en toda su riqueza de matices. Nos brinda el sosiego que necesitamos cuando, libres del paso rápido, del ajetreo incesante, del coro de los sonidos y las voces, nos apetece hacer nuestras las imágenes más emblemáticas del paisaje urbano. Y es que la noche es capaz de transmitir la nueva mirada, el soberbio y bárbaro esplendor de la ciudad que habitamos, despojada de todo, sola en su arquitectura más que centenaria. Frente al ruido, el silencio; frente al fragor,  la calma, frente al espacio privado el espacio público, ocupado por niños, jóvenes y mayores que recorren la placidez de la noche veraniega, ese espacio del frescor nocturno, tan unido a nuestras vidas, a las primeras experiencias de libertad en campo abierto. En la plácida soledad de la noche la ciudad se llena de luz cuidada, de luz nocturna, del descanso, propiciado tras el caluroso mediodía, del espacio abierto a todos en sus calles, plazas y paseos, que la igualan, desprovista de lo cotidiano, a la belleza de la ciudad descubierta tras el objetivo de Luis Laforga.

Es el centro, lo que más nos identifica, lo que atrae la atención de un artista de  mirada siempre vigilante y dispuesta a no dejar pasar ningún matiz de luz que revele la personalidad de lo contemplado. Nos ofrece los edificios y espacios recobrados, libres de la negrura gris de antaño, pero es también la ciudad que nos acoge. Es la nuestra, la que vivimos, la que amamos, el escenario de nuestra vida y de nuestras vivencias. Es, en suma, el espacio compartido bajo la noche que nos evoca, en palabras de Lope de Vega, esa “noche, fabricadora de embelesos, que muestras a quien, a través de ti, sus ojos miran los montes y llanos y los mares secos”. Laforga lo ha sabido captar sin concesiones a la banalidad ni al mero esteticismo. Nos ofrece un excelente muestrario de imágenes y representaciones de lo que mejor identifica a la ciudad de Valladolid cuando la luz del sol se ha desvanecido. 

martes, 17 de febrero de 2009

Las confianzas perdidas

Además de las graves repercusiones sociales y económicas de la crisis en la que nos encontramos, uno de sus efectos más preocupantes consiste, a mi modo de ver, en la pérdida de confianza en todas las direcciones imaginables. La cohesión social se resiente ante el impulso espontáneo del “sálvese quien pueda”, las políticas de solidaridad también se ven amenazadas, los vínculos de supervivencia regresan al ámbito familiar, recelosos de que, a otras escalas más abiertas, sus posibilidades se resquebrajen. Al tiempo la consideración hacia los políticos disminuye a pasos agigantados, a medida que se comprueba la impotencia mostrada, en el caso de quienes ostentan el poder, ante la magnitud de los problemas, la incapacidad, cuando de la oposición se trata, para ofrecer alternativas consistentes, o de la actitud escapista frente a la tragedia social de que hacen gala aquellas opciones personalistas que tratan de pescar en río revuelto, a la espera de captar los votos provenientes de cualquier caladero decepcionado, sea el que sea. A cada una de estas posturas es posible asignar en España nombres y apellidos sin temor a confundirnos. Sólo excepcionalmente algunas opciones escaparían a esta clasificación. Creo que huelga identificarlas.
Ahora bien, quienes por profesión o curiosidad nos desenvolvemos en el ámbito de las llamadas ciencias sociales, un halo de desconfianza absoluta aflora respecto al modo de entender la realidad de conspicuos colegas, que acostumbran a mirar por encima del hombro. Me refiero a la credibilidad que en estos momentos cabría otorgar a todos los pontífices de la modelización económica, a esa legión selecta de expertos que matematizan con gran solvencia técnica los datos para ofrecernos paradigmas econométricos tan impecables como estériles. Recurren a la abstracción para desentrañar las lógicas del sistema económico hasta llegar a formalizaciones perfectas, mas de supervivencia efímera cuando se muestran incapaces de anticipar los riesgos, de dar respuesta a los problemas que de ellos se derivan, y de ofrecer soluciones capaces de evitar que se vuelvan a reproducir. Tantos años de investigación, tantas toneladas de obra impresa, tantas proyecciones encerradas en foros de discusión que se cierran en sí mismos, tantos devaneos intelectuales, tantos menosprecios hacia la economía social, entendida de otro modo.

Al final, todos sumidos en la misma ciénaga. La que se traduce en el paro masivo, la pobreza, la desesperación y la desigualdad, coexistente en el tiempo y en el espacio con el lucro desmesurado, con la arrogancia del truhán que se siente impune, con el enriquecimiento obsceno, con la soberbia del banquero que le hace un corte de mangas al Gobierno, mientras éste humildemente le pide que, por favor, por favor, abra el crédito, reduzca sus beneficios y modere sus sueldos y planes de pensiones estratosféricos.  Cuando se pierde la confianza en el poder, podría quedar un residuo a favor de los economistas que para eso están. Pero, a estas alturas, ¿alguien da un duro, y no hablo de euro, por los análisis con que muchos de ellos nos vienen obsequiando al modo de una permanente ceremonia de la autocomplacencia?.