martes, 17 de febrero de 2009

Las confianzas perdidas

Además de las graves repercusiones sociales y económicas de la crisis en la que nos encontramos, uno de sus efectos más preocupantes consiste, a mi modo de ver, en la pérdida de confianza en todas las direcciones imaginables. La cohesión social se resiente ante el impulso espontáneo del “sálvese quien pueda”, las políticas de solidaridad también se ven amenazadas, los vínculos de supervivencia regresan al ámbito familiar, recelosos de que, a otras escalas más abiertas, sus posibilidades se resquebrajen. Al tiempo la consideración hacia los políticos disminuye a pasos agigantados, a medida que se comprueba la impotencia mostrada, en el caso de quienes ostentan el poder, ante la magnitud de los problemas, la incapacidad, cuando de la oposición se trata, para ofrecer alternativas consistentes, o de la actitud escapista frente a la tragedia social de que hacen gala aquellas opciones personalistas que tratan de pescar en río revuelto, a la espera de captar los votos provenientes de cualquier caladero decepcionado, sea el que sea. A cada una de estas posturas es posible asignar en España nombres y apellidos sin temor a confundirnos. Sólo excepcionalmente algunas opciones escaparían a esta clasificación. Creo que huelga identificarlas.
Ahora bien, quienes por profesión o curiosidad nos desenvolvemos en el ámbito de las llamadas ciencias sociales, un halo de desconfianza absoluta aflora respecto al modo de entender la realidad de conspicuos colegas, que acostumbran a mirar por encima del hombro. Me refiero a la credibilidad que en estos momentos cabría otorgar a todos los pontífices de la modelización económica, a esa legión selecta de expertos que matematizan con gran solvencia técnica los datos para ofrecernos paradigmas econométricos tan impecables como estériles. Recurren a la abstracción para desentrañar las lógicas del sistema económico hasta llegar a formalizaciones perfectas, mas de supervivencia efímera cuando se muestran incapaces de anticipar los riesgos, de dar respuesta a los problemas que de ellos se derivan, y de ofrecer soluciones capaces de evitar que se vuelvan a reproducir. Tantos años de investigación, tantas toneladas de obra impresa, tantas proyecciones encerradas en foros de discusión que se cierran en sí mismos, tantos devaneos intelectuales, tantos menosprecios hacia la economía social, entendida de otro modo.

Al final, todos sumidos en la misma ciénaga. La que se traduce en el paro masivo, la pobreza, la desesperación y la desigualdad, coexistente en el tiempo y en el espacio con el lucro desmesurado, con la arrogancia del truhán que se siente impune, con el enriquecimiento obsceno, con la soberbia del banquero que le hace un corte de mangas al Gobierno, mientras éste humildemente le pide que, por favor, por favor, abra el crédito, reduzca sus beneficios y modere sus sueldos y planes de pensiones estratosféricos.  Cuando se pierde la confianza en el poder, podría quedar un residuo a favor de los economistas que para eso están. Pero, a estas alturas, ¿alguien da un duro, y no hablo de euro, por los análisis con que muchos de ellos nos vienen obsequiando al modo de una permanente ceremonia de la autocomplacencia?.