martes, 30 de junio de 2009

El paisaje boliviano de Nicolás Castellanos

Dueños de un colosal y a la vez desolado paisaje, los bolivianos conviven con la pobreza y el dolor desde tiempos ancestrales. Los nombres del horror son  también los  mitos que aprendieron  de sus antepasados en su lengua aymará nunca olvidada: Tiwanaku, Illimani, Lago Titicaca.  Afrontan el futuro con la esperanza de comenzarlo todo de nuevo, rehacer el paisaje humanizado que contrasta, en su brutal realidad,  con la serena quietud, con la claridad de los Andes,  de colosal belleza. Es el Altiplano, el desolado paisaje rural de cabañas de adobe y cubiertas de paja o hierba seca, formado por áridos campos de cultivo donde escasos animales pastan en el secarral, y en el que las figuras infantiles, protegidos por sus madres redondas con pollera en el suelo y cubiertas con el sombrero característico, son la única nota de color que destaca en la inmensa llanura de barro.


La Paz (Bolivia) 

La ciudad de la Paz es gris en la madrugada. La recuerdo envuelta en la niebla que, al descender, iba dejando al descubierto la ladera formada por inmensas coladas de barro, derrubios y aglomerados como si descendieran al fondo de la tierra, tapizada por una infinita arquitectura de cubos de ladrillo sin enfoscar, sin concluir, aunque habitadas. Con las primeras luces de la madrugada, a medida que la niebla se despeja y el cielo cobra un intenso azul, aparecen las cumbres nevadas de los Andes en el horizonte de la Paz; los Andes imponentes que la cierran por el Oeste.

Desde la Paz se llega a Santa Cruz a través de  una carretera tortuosa, que salva altitudes que van de los 4.000 a los 400 metros, y que se divisa desde el aire como una sierpe desafiante. Al llegar al Oriente boliviano se impone la visión de su inmensa llanura vegetal, ocupada por las plantaciones tropicales en grandes explotaciones y los rebaños de ganados blanquecinos de cuernos retorcidos. En la selva nocturna, el silencio  es un ruido incesante de vida al acecho que estalla colosal en la madrugada, desde los insectos a los graznidos salvajes de  aves y otros animales que crecen y crecen. A veces el viento feroz llena las estancias de un polvo rojo y penetrante que inunda el paisaje de una coloración borrosa. Es así, el cielo es bruma de polvo, invisible claridad.


Santa Cruz se expande en medio del difícil  laberinto boliviano. Donde antes era la selva y el multicolor del arbolado se extiende, desaparecida aquélla y con brutal certeza, la masa humana sumida mayormente en la miseria. Es mezcla de visiones, olores y comportamientos que en sus anillos periféricos nos acercan al círculo visible del infierno dantesco, abierto al mundo cada día en un sálvese quién pueda dentro de un desolado marasmo vital de gentes envueltas en el calor tropical por el que  circula en lecho abierto la cloaca urbana. En el quinto anillo del barrio 3.000, vi “El Paraíso” en un rincón, ocupando una vasta extensión verde, con construcciones modernas, limpias, en las que la hermana Belén con su abierta sonrisa crea un orden que no impone. Múltiples estudiantes de todo el Cono Sur desarrollan allí su formación y ponen a prueba su inteligencia. De pronto, salas y comedores se llenan de otras gentes. Vi fotos de grupos de mujeres solas, o de ancianos o de soldados. También vi niños de verdad con múltiples discapacidades, en ropa deportiva celebrando felices las Olimpiadas Nacionales con sus maestros y monitores. Gentes  diversas acuden a comer por turnos. Hay agua limpia en la ducha, comida diaria, silencio,  soledad, tiempo para la reflexión y el debate y una gran solidaridad. En el espacio nocturno es el momento de la música, de las músicas de toda la “cintura cósmica del Sur”. No llegué a visitar la Casa Cuna donde las madres, cuando no pueden sostener a sus recién nacidos, los llevan para recuperarles de sus enfermedades y desnutrición crónicas.


Es la Ciudad de la Alegría del Proyecto Hombre, donde Nicolás Castellanos, ausente, está presente. Construida con fondos de la Cooperación española, un pedazo de paraíso en un rincón de Bolivia, yo lo vi. ¿Quieres venir a palacio? Me dijo un día Martín, profesor entrañable. Creí que se trataba de un verdadero palacio y, por curiosidad, acepté. La puerta abierta, y franqueable a quien quiera, da a un pasillo de tierra envuelto en una vegetación cubierta inevitablemente por el polvo del tráfico incesante  de todo tipo de vehículos que recorren el Quinto  Anillo  que  la rodea.


La casa rezuma pobreza, como todas las de su entorno. Es mínima en su arquitectura y pertenencias, con un  reducido espacio de reposo para D. Nicolás Castellanos y el ocupado por las salas de algún cooperante entregado a una labor encomiable. La cocina y el baño reproducen las míseras condiciones de las viviendas, de esas construcciones de barro, con paredes y cubiertas donde se entremezclan la madera, el adobe o el ladrillo y algún vano, mínimo. Todo está en orden, mientras, como única nota de modernidad, un gran mapa de Bolivia, un ordenador y una mesa de madera clara.  Yo lo vi todo y me impresionó.


Allí vive D. Nicolás, el que fuera obispo de Palencia. Decidió cambiar el confort de la residencia palentina por el “palacio” de Santa Cruz. Recientemente lo asaltaron en busca de dinero. Encontraron 57 dólares. Mas él es dueño de un tesoro intangible que nadie puede arrebatarle, su eterna juventud, su fortaleza a los más de setenta años y la bondad infinita de su persona. Dice Sándor Maraí que ”la juventud es una percepción singular de la vida y que mientras dura la juventud nadie puede hacernos daño”.  Me dijo: “ya ves, en España los chicos lo tienen todo y no ven claro su futuro, aquí solo tenemos esperanza”.

martes, 9 de junio de 2009

El futuro de la esfinge: Barack Obama en El Cairo

Ni siquiera la belleza de las nubes grises con amenaza de tormenta en el cielo vallisoletano logró alejar de mi pensamiento la espléndida portada de "El Norte de Castilla" en la que se mostraba al Presidente de Estados Unidos, el  joven Barack Obama,  ante la árida, mineral y eterna imagen de la esfinge de Giza. La figura mira el tiempo, lo tiene en sus ojos, su mirada perdida lo ve pasar con la eterna belleza del origen, mientras conserva su esplendor en medio del desierto. Es una sensación que jamás se olvida. Es la que tuve con ocasión de mi primer viaje a El Cairo, cuando escribí que “la esfinge mira al futuro, mientras yo vuelvo el rostro para ver en ella el pasado”.



Lo he recordado de nuevo al comprobar que la imagen de Obama en ese entorno me ha dado la razón. Tal vez, en medio del desierto, y desde hace miles de años, la esfinge anclada en Giza esperaba al presidente norteamericano que para muchos de nosotros representa el futuro, pues no en vano el hecho de que un hombre de origen africano pise la capital egipcia como presidente del país más poderoso de la tierra y exprese allí la esperanza de muchos, resultó, en nuestro mundo global, perturbado, dolorido y en crisis permanente, una mirada de esperanza.

Y lo hizo con ese lenguaje natural, que no necesita ser interpretado, porque es razonable, sencillo,  claro y todo el mundo lo entiende. Y sabe bien lo que significa oírle decir que "La situación de los palestinos es intolerable. Sufren las humillaciones diarias que acompañan a la ocupación. Nunca daremos la espalda a su derecho legítimo a vivir con dignidad y un estado propio" o algo tan sorprendente como cuando alude a “un mundo de diversas religiones, culturas y formas de gobierno, en el que resulta difícil que una causa surja con poder suficiente para decir algo universal a los seres humanos”. Además, con ese orgullo de reconocer nuestro pasado como lugar de  encuentro y concordia, en esta  nuestra tan denostada Historia, confieso que la primera vez que en  un discurso de gran alcance un presidente  de EE. UU. hable de España me conmueve. Le deseo que logre alcanzar los objetivos expuestos en sus discursos, llanos, comprensibles y sensatos. Se le ve dispuesto a todo, libre. 


Sostiene Antony  Beevor  que nada destruye con mayor rapidez el espacio político de la concordia que la estrategia del miedo y la retórica de la amenaza. Sin miedos  ni amenazas, el discurso de Obama  habla claramente de esperanza.  En mi viaje de entonces pensé  que en Egipto el pasado y el presente  conviven sin futuro, se saben inmortales, se saben eternos, con eso les basta. Pienso hoy que quizás el futuro a este mundo sin salida de tantas gentes sin lugar y tantos lugares sin gente  se haya perfilado en El Cairo.