En el año 1997
los Ministerios de Educación de los países de la OCDE decidieron establecer criterios
de homologación cualitativa de los sistemas de enseñanza para el conjunto de
los países miembros. En el 2000, un total de treinta países, entre ellos España,
participaron en el primer estudio del Programa Internacional sobre la Evaluación de los
Alumnos, conocido como Informe PISA. Se trata de un interesante análisis de educación comparada, consistente en la
realización de pruebas periódicas, destinadas a evaluar con datos comparables las competencias de los
alumnos a nivel internacional. Así, en el año 2000, el criterio básico para el análisis
fue la comprensión lectora, para centrarse en el 2003 en el conocimiento
matemático y en el 2006 en la cultura
científico-natural, culminando, de nuevo en el 2009, con la comprensión lectora.
Se trata con ello de obtener una visión a largo plazo que obligue a los países implicados
a mantener su presencia en el sistema evaluador y a abonar su participación
durante doce años. Una participación que, en el caso de España, deciden las Comunidades
Autónomas, al amparo de sus competencias en educación, con la atribución además de poder ampliar la
muestra de centros evaluables, como concretamente ha hecho Castilla y León
desde 2003.
A estos tres
dominios de destrezas se añade un cuestionario sobre la motivación, el entorno
familiar y cultural del alumno, con la intención de precisar la validez de las
respuestas y un mejor conocimiento de su entorno. La encuesta se realiza a
partir de un umbral de edad estable, referido a alumnos de 15 años,
independientemente del curso al que asistan, intentando que la muestra sea lo más
representativa de la población escolar
de cada país, situada en el periodo final de la escolarización obligatoria, para
de ese modo medir la calidad de su capital humano con perspectiva de futuro. En
otras palabras, el informe PISA no evalúa lo que los alumnos aprenden en el
aula, sino “el nivel de competencia indispensable para la vida a los 15 años de
edad“.
Por otro lado,
las pruebas no guardan relación con el currículum escolar vigente, más
conceptual y con mayor desarrollo teórico en todos los campos a la vez que
diverso en los países participantes. Si las pruebas versaran sobre esos
conocimientos la valoración sería imposible, ya que se trata de evaluar “las
aptitudes indispensables para llevar una existencia autónoma en las sociedades
democráticas con economía de mercado“. De ahí que, aunque las pruebas no están ligadas
a los currícula escolares, sí ponen a prueba los sistemas educativos y su grado
eficiencia, lo que se convierte en un factor de estímulo para que los Estados
establezcan medidas correctoras que mejoren los resultados ante las
insuficiencias detectadas, casi siempre reveladoras de carencias estructurales
en el funcionamiento del modelo educativo.
Pese a las
dudas sobre su fiabilidad y la metodología utilizada a tan gran escala, los
datos del último informe (2009) arrojan dos conclusiones inequívocas: España
está por debajo de la media de los países de la OCDE , mientras Castilla y León se sitúa en los niveles
más altos de la tabla. Nuestro país obtiene alta valoración en los criterios de
equidad, lo que manifiesta el cumplimiento del principio constitucional en pro
de la igualdad de oportunidades desde la
escuela, pero está lejos de la excelencia. Es un objetivo que no debe abandonarse,
ya que, si bien hay que reconocer que el alumno excelente existe y es más
frecuente de lo que pueda parecer, tampoco es lo común: de ahí la importancia del
esfuerzo cotidiano que ha de conducir al reconocimiento efectivo de las capacidades
existentes y con frecuencia subestimadas.
Las causas de
estos resultados son diversas. Destacaría, por un lado, el hecho de que en nuestra región
es muy difícil encontrar trabajo juvenil, pues tanto las familias como los alumnos
saben que solo el estudio y una buena
preparación abre las puertas del futuro, una salida que lamentablemente les
llevará a competir fuera de nuestra la región, que, como es bien sabido, exporta
jóvenes bien preparados. Por otro lado, es evidente que el dominio del lenguaje en la región es un
hecho que contrasta con la situación existente en otras CC.AA., donde los
debates y tensiones que suscita provocan un cierto deterioro en el conocimiento
de la lengua en la que se plantea el nivel de comprensión lectora.
Sorprende, sin
embargo, el escepticismo y el escaso debate que estos resultados suscitan en el
profesorado. Tal vez si los resultados fueran en sentido contrario, quizás nos
preocuparíamos más, pues estamos más
acostumbrados a soportar el fracaso
que a valorar el éxito, una vez que se nos ha retirado la categoría de
experto en educación, que solo asiste a los que ocupan despachos en
conserjerías y ministerios. Son éstos, y no los profesores de a pie, los que
llenan los congresos de expertos en el tema como el celebrado recientemente en
Valladolid con presencia del ministro Gabilondo, y al que, creo, ninguno de
nosotros fue invitado.
Tras este balance deseo felicitar a los
alumnos, auténticos protagonistas de los buenos resultados, a sus familias por
el apoyo que dan a la escuela y convocar a los profesores a un debate sobre la
realidad de la educación, la que se lleva a cabo en las aulas con la tiza en la
mano, a manifestar nuestras opiniones para que sean atendidas, con el deseo de
recuperar nuestra merecida condición de expertos, de dejar oír nuestras
inquietudes en el diseño de las políticas educativas y de considerar como
éxitos profesionales estos buenos resultados, a los que nosotros, y muchos
antes de nosotros, hemos contribuido.