En el Bachillerato apenas aprendí su nombre. Ningún texto, ningún libro, sólo su nombre. Más tarde, en el cine, descubrí Los pazos de Ulloa y los leí, y en ellos aprendí la frase que dice “la aldea, cuando se cría uno en ella y no sale de allí jamás, envilece, empobrece y embrutece“. Es una idea que no he olvidado y así he valorado siempre la importancia del saber, del estudio, de la educación, descubrir el mundo. También por entonces leí La Dama Joven y la pasión que marcó mi interés por descifrar el paisaje. Es un libro que formaba parte de la variada y rica biblioteca de mi padre, que tanto nos enseñó a mis hermanos y a mí.
Pero me faltaba descubrir la pasión
de su vida. La imponente biografía que he leído de Isabel Burdiel me ha llevado
a la Exposición de la Biblioteca Nacional dedicada a Doña Emilia Pardo Bazán en
ese magnífico edificio situado en el Paseo de Recoletos de Madrid, que la
Biblioteca Nacional comparte con el Museo Arqueológico Nacional. Salas en
penumbra rodeada de la luz de su pensamiento.
Sui obra y su vida envueltas en su
poderosa inteligencia, en esa pasión luminosa que contra todos los vientos y
mareas de su tiempo y de todos los que se concitaron contra ella, prevalece
luminosa su obra, su visión clara del mundo, una pionera en su vida y en su
obra extensísima que lo abarca todo. La lectura de sus textos revela el ímpetu de su carácter, la fortaleza de su personalidad y su inequívoca posición defensora de las ideas en las que firmemente creía.
Han pasado ya 100 años de aquel 1921 y
seguimos descubriendo la claridad y la pervivencia de su pensamiento.
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