martes, 29 de septiembre de 2009

El Museo



Desde el pasaje de la calle Torrecilla  a la Plaza de Federico Wattemberg se va abriendo poco a poco, al paso del caminante que la descubre lentamente de abajo a arriba, la poderosa imagen del poder que en Valladolid se recorta en el aire en una luminosa mañana al compás de los acordes del vecino acordeón. Perdida en el tiempo, absorta en la contemplación de la belleza, se me fue una mañana del final del verano.

La piedra, el edificio, por fin en piedra blanca, la nueva imagen del monumento liso, luminoso, transparente,  que conserva desde el atrio sus salas recogidas, la escalera interior, el poderoso claustro, los patios, los muros, las suntuosas fachadas y cresterías, sus puertas y vanos, su capilla. Ahora enriquecido, adornado con la belleza, es la poderosa imagen del poder. Los artesonados, los ya conocidos y los nuevos de los que se desconoce su procedencia, sería bueno contar con la información  de estos en cartelas ausentes. Los artesonados cierran y abren la mirada de las salas, alargan las perspectivas.

Las nuevas disposiciones de las piezas son majestuosas, la nueva visión del retablo  de San Benito, tan cuidada, no hay que perder de vista los laterales macizos de las tablas,  o las figuras del entierro de Juan de Juni flotando, etéreas, al final de la potente sillería de nuevo San Benito, o la visión del retablo en madera de nogal de la Mejorada de Olmedo, tantas piezas  expuestas al visitante con esa luz que se extiende difusa por salas, pasillos y corredores, tamizada en los vanos. Magistral el blanco de la piedra.


Dice Josefina Bello en su obra “Frailes, intendentes y políticos” (Taurus, 1997) que la desamortización supuso una pérdida irreparable de nuestro patrimonio, a pesar de las leyes que se promulgaron para protegerlo. Expresivamente señala el ejemplo de aquellos monasterios cuyos monjes obtuvieron más recursos por la venta de los tesoros artísticos a particulares que el Estado por la enajenación de las tierras. Mas en el tema que nos ocupa las leyes se cumplieron y gran parte del patrimonio pudo ser protegido ante los avatares de la Historia. Desde 1933 tenemos un Museo Nacional en Valladolid en el Colegio de San Gregorio. A nuestro lado, a nuestro paso, a diario, abierto, accesible, lleno y colmado de riqueza desmedida, imponderable, donde perderse en el tiempo y abstraerse.


Perdida la influencia de Castilla en el resto de la Península, desaparecidos el Imperio de Carlos V y la Monarquía Hispánica de Felipe II, Valladolid conserva la imagen del poder. Es  la poderosa imagen del poder que perdura y que ha recuperado su espacio.