Desde el pasaje de la calle Torrecilla a
La piedra, el edificio, por fin en piedra blanca, la nueva imagen del monumento liso, luminoso, transparente, que conserva desde el atrio sus salas recogidas, la escalera interior, el poderoso claustro, los patios, los muros, las suntuosas fachadas y cresterías, sus puertas y vanos, su capilla. Ahora enriquecido, adornado con la belleza, es la poderosa imagen del poder. Los artesonados, los ya conocidos y los nuevos de los que se desconoce su procedencia, sería bueno contar con la información de estos en cartelas ausentes. Los artesonados cierran y abren la mirada de las salas, alargan las perspectivas.
Las nuevas disposiciones de las piezas son majestuosas, la nueva visión del retablo de San Benito, tan cuidada, no hay que perder de vista los laterales macizos de las tablas, o las figuras del entierro de Juan de Juni flotando, etéreas, al final de la potente sillería de nuevo San Benito, o la visión del retablo en madera de nogal de
Dice Josefina Bello en su obra “Frailes, intendentes y políticos” (Taurus, 1997) que la desamortización supuso una pérdida irreparable de nuestro patrimonio, a pesar de las leyes que se promulgaron para protegerlo. Expresivamente señala el ejemplo de aquellos monasterios cuyos monjes obtuvieron más recursos por la venta de los tesoros artísticos a particulares que el Estado por la enajenación de las tierras. Mas en el tema que nos ocupa las leyes se cumplieron y gran parte del patrimonio pudo ser protegido ante los avatares de
Perdida la influencia de Castilla en el resto de