miércoles, 4 de marzo de 2009

La ciudad iluminada en la fotografía de Luis Laforga

La noche del verano transparente descubre la ciudad desconocida.  Es la ciudad del paseante solitario, de la gente sin palabras, sumida en la luz nocturna, que agrega claridad y muestra la belleza auténtica del espacio vivido. Nos abre otra perspectiva, aquélla que los hábitos a que obliga el recorrido cotidiano, bajo las luces del día, nos impiden captar en toda su riqueza de matices. Nos brinda el sosiego que necesitamos cuando, libres del paso rápido, del ajetreo incesante, del coro de los sonidos y las voces, nos apetece hacer nuestras las imágenes más emblemáticas del paisaje urbano. Y es que la noche es capaz de transmitir la nueva mirada, el soberbio y bárbaro esplendor de la ciudad que habitamos, despojada de todo, sola en su arquitectura más que centenaria. Frente al ruido, el silencio; frente al fragor,  la calma, frente al espacio privado el espacio público, ocupado por niños, jóvenes y mayores que recorren la placidez de la noche veraniega, ese espacio del frescor nocturno, tan unido a nuestras vidas, a las primeras experiencias de libertad en campo abierto. En la plácida soledad de la noche la ciudad se llena de luz cuidada, de luz nocturna, del descanso, propiciado tras el caluroso mediodía, del espacio abierto a todos en sus calles, plazas y paseos, que la igualan, desprovista de lo cotidiano, a la belleza de la ciudad descubierta tras el objetivo de Luis Laforga.

Es el centro, lo que más nos identifica, lo que atrae la atención de un artista de  mirada siempre vigilante y dispuesta a no dejar pasar ningún matiz de luz que revele la personalidad de lo contemplado. Nos ofrece los edificios y espacios recobrados, libres de la negrura gris de antaño, pero es también la ciudad que nos acoge. Es la nuestra, la que vivimos, la que amamos, el escenario de nuestra vida y de nuestras vivencias. Es, en suma, el espacio compartido bajo la noche que nos evoca, en palabras de Lope de Vega, esa “noche, fabricadora de embelesos, que muestras a quien, a través de ti, sus ojos miran los montes y llanos y los mares secos”. Laforga lo ha sabido captar sin concesiones a la banalidad ni al mero esteticismo. Nos ofrece un excelente muestrario de imágenes y representaciones de lo que mejor identifica a la ciudad de Valladolid cuando la luz del sol se ha desvanecido. 

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