Pablo Ransa nos devuelve el poder, el poder de la mente, nos abre a otros caminos inesperados que traslucen el pensamiento efímero, fugaz y a la vez lento, el recorrido sin reposo del pensar imparable. Ante el viento y la mirada del tiempo nos circunscribe a un espacio lejano, que en realidad es nuestro propio espacio, sin principio ni fin, abierto y cerrado al infinito paisaje del roquedo o del mar o de las nubes. Nos muestra un espacio abierto a la mirada perdida y a la hermosura primigenia de la musa, de esa "vendedora de sueños", impasible ante el artista que se muestra sediento de horizontes interminables, encabalgados en el laberinto unas veces trasparente y otras más espeso y traslúcido, mas en cualquier caso lejano, pasajero y enfrentado al presente, a la belleza del paisaje y a la incomprensible complejidad de nosotros mismos.
Sola, necesariamente sola, la belleza de los cuadros de Ransa aparece ante nosotros. Las figuras atrapadas en la
red que enreda el espacio, ese espacio del “ destino equivocado” que nos lleva
sin remedio al “final del paraíso“, a la soledad del ”pirata“ en el mar
infinito, poblado de ciudades oscuras que emergen, mientras la niebla azul que
envuelve “lo intangible“ nos llena de esperanza ante la efímera despedida del
visitante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario