Adentrarse en la arquitectura medieval depara sorpresas infinitas. Ante un legado tan impresionante, y a menudo tan desconocido, el afán de aventura evita la prudencia frente a la satisfacción intuida por las presumibles sorpresas a que se abre el descubrimiento de lo ignorado. No hay barreras que lo impidan, ni obstáculos insalvables a tan grata pretensión. Cuando menos se lo espera, el viajero experimenta una atracción poderosa que le lleva a tratar de desentrañar los misterios escondidos tras la maleza que con el paso del tiempo se ha apoderado del lugar
haciendo del monumento invadido un espacio tan apetecible como enigmático y,
por ende, desafiante.
Monasterios desamortizados, cerrados al público por su condición de propiedad privada, en los que conviene adentrarse aun a riesgo de la propia seguridad física, amenazada por la dificultad del acceso. A la postre, el esfuerzo realizado se compensa con creces. La luz del día lo propicia al permitir conectar visualmente con ese entramado de tonalidades en el que la piedra, magníficamente tallada, crea el contrapunto con la zarza invasora. Salvada la barrera, el hecho de encontrarse sumido en el silencio del claustro, durante tanto tiempo abandonado, motiva la sensación de que la memoria patrimonial ha sido recuperada. Monasterio premostratense de Santa Cruz de Ribas, en Palencia.
Monasterios desamortizados, cerrados al público por su condición de propiedad privada, en los que conviene adentrarse aun a riesgo de la propia seguridad física, amenazada por la dificultad del acceso. A la postre, el esfuerzo realizado se compensa con creces. La luz del día lo propicia al permitir conectar visualmente con ese entramado de tonalidades en el que la piedra, magníficamente tallada, crea el contrapunto con la zarza invasora. Salvada la barrera, el hecho de encontrarse sumido en el silencio del claustro, durante tanto tiempo abandonado, motiva la sensación de que la memoria patrimonial ha sido recuperada. Monasterio premostratense de Santa Cruz de Ribas, en Palencia.
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