La noche del
verano transparente descubre la ciudad desconocida. Es la ciudad del paseante solitario, de la
gente sin palabras, sumida en la luz nocturna, que agrega claridad y muestra la
belleza auténtica del espacio vivido. Nos abre otra perspectiva, aquélla que los
hábitos a que obliga el recorrido cotidiano, bajo las luces del día, nos
impiden captar en toda su riqueza de matices. Nos brinda el sosiego que
necesitamos cuando, libres del paso rápido, del ajetreo incesante, del coro de
los sonidos y las voces, nos apetece hacer nuestras las imágenes más
emblemáticas del paisaje urbano. Y es que la noche es capaz de transmitir la
nueva mirada, el soberbio y bárbaro esplendor de la ciudad que habitamos,
despojada de todo, sola en su arquitectura más que centenaria. Frente al ruido,
el silencio; frente al fragor, la calma,
frente al espacio privado el espacio público, ocupado por niños, jóvenes y
mayores que recorren la placidez de la noche veraniega, ese espacio del frescor
nocturno, tan unido a nuestras vidas, a las primeras experiencias de libertad
en campo abierto. En la plácida soledad de la noche la ciudad se llena de luz
cuidada, de luz nocturna, del descanso, propiciado tras el caluroso mediodía,
del espacio abierto a todos en sus calles, plazas y paseos, que la igualan, desprovista
de lo cotidiano, a la belleza de la ciudad descubierta tras el objetivo de Luis
Laforga.
Es el centro,
lo que más nos identifica, lo que atrae la atención de un artista de mirada siempre vigilante y dispuesta a no
dejar pasar ningún matiz de luz que revele la personalidad de lo contemplado. Nos
ofrece los edificios y espacios recobrados, libres de la negrura gris de
antaño, pero es también la ciudad que nos acoge. Es la nuestra, la que vivimos,
la que amamos, el escenario de nuestra vida y de nuestras vivencias. Es, en
suma, el espacio compartido bajo la noche que nos evoca, en palabras de Lope de
Vega, esa “noche, fabricadora de embelesos, que muestras a quien, a través de
ti, sus ojos miran los montes y llanos y los mares secos”. Laforga lo ha sabido
captar sin concesiones a la banalidad ni al mero esteticismo. Nos ofrece un
excelente muestrario de imágenes y representaciones de lo que mejor identifica a
la ciudad de Valladolid cuando la luz del sol se ha desvanecido.
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