Aunque la Historia es con
frecuencia anónima y carece de protagonistas conocidos, resulta herramienta
aleccionadora cuando saca a la luz sucesos que sirven para rescatar del
anonimato a quienes los vivieron y protagonizaron. El azar me ha llevado a
conocer uno de los que, al descubrirlo, conmueven las conciencias. Ocurrió en
Valladolid al poco de comenzar la guerra civil.
Veo casi a
diario a la nieta de Félix Madera García, obrero que fue de los talleres del
ferrocarril. Sentía la necesidad de comentárselo a alguien, de que su
experiencia no cayese en el olvido. En una ocasión me mostró un pequeñísimo
anuncio aparecido en El Norte de Castilla del 17 de Diciembre de 1936. Me dijo
que lo había encontrado en la cartera de su padre, Ovidio Madera Ramos, cuando
había fallecido y que nunca
antes lo había visto. Lo había guardado en lo más profundo de su
memoria. Aludía a ajusticiamientos civiles del siguiente modo: “Esta mañana, a
las siete y cuarto, han quedado cumplidas las sentencias de pena de muerte
impuestas en Consejo de Guerra a los procesados Félix Madera García, Manuel
Holgado García, Anastasio Holguín Rodríguez, Daniel Martín Rodríguez...dictada
por Consejo de Guerra el 13 de Noviembre de 1936” . Cuatro historias
trágicas, que ahora no puedo detallar.
Me señaló
también que, días antes, dijeron a su esposa que “si quería el cuerpo, debía
recogerlo justo después del fusilamiento. Mi abuela Elisa, mi padre de catorce
años y otra persona subieron al alto de
San Isidro con una carreta de las que se utilizaban para transportar cántaros
de agua, llevando la caja en la que debían enterrarlo. Pero no pudieron hacerlo
en la tumba familiar, sino en un terreno habilitado para los “rojos” en el cementerio, entrando a la derecha“. Al fin, y en un ambiente de
confianza hacia mí, las preguntas, tantas veces ocultas, afloraron
inevitablemente y así me las transmitió: “¿Por qué le habrían condenado?”,
“¿qué hizo para que eso ocurriera?”. Mi respuesta no podía ser otra: “Todo eso,
le dije, consta en los archivos, que tienes derecho a consultar libremente”,
mientras recordaba aquella frase de Leon Tolstoi en la que dice que “todas las
familias felices son iguales; pero que cada familia infeliz lo es a su manera”.
Sorprende
que, dos años más tarde de haber sido fusilados, el Juzgado Militar Nº 8 de la Séptima Región Militar abra un Expediente
de Responsabilidad Civil contra los ya ejecutados para determinar en la que
hayan podido incurrir como consecuencia de su “rebelión contra el Movimiento Nacional”.
El 20 de Enero de 1939 se les condenará, ya muertos, a pena de muerte, “para
que quede declarada ya por sentencia firme la culpabilidad, al resultar
civilmente responsable por su actuación contraria al Movimiento Nacional”, a la vez que “se decreta el
embargo de todos sus bienes”. En el caso que nos ocupa, la acción se aplica a
“Félix Madera García, de 37 años, casado, ferroviario… de profesión montador de la Compañía de los Ferrocarriles
del Norte de España, afiliado al Partido Socialista y a la U. G. T., directivo
secretario de dicha organización. Con gran ascendiente sobre los
correligionarios suyos que le consultaban. Recaudador del Socorro Rojo
Internacional. Según consta en los informes de la Administración de
propiedades y Contribución Territorial del Estado, examinados todos los libros
de registros, no posee cantidad alguna en cuenta corriente ni depósitos en efectivo ni valores ni
alhajas de ninguna clase, ni en concepto de propiedades rústica y urbana. Deja
esposa y dos hijos de 10 y 14 años”.
Pese a la minuciosidad
de los informes, llama la atención que de nuevo, el 27 de Agosto de 1940, se
reclame a los familiares la declaración de los bienes de los fallecidos y su
incautación, tal y como figura en el Expediente del Tribunal d
Responsabilidades Políticas de Valladolid. En su respuesta, la viuda de Félix
Madera, Elisa Ramos Herreras,
manifestará “que no posee bienes de ninguna clase, teniendo como únicos
ingresos el jornal de 4,75
pts . que percibe como taquillera del Cinema Lafuente de
esta capital, viviendo en compañía de su padre desde la muerte de su esposo, que tiene dos hijos y no tiene deudas”. Hasta 1945,
nueve años después de su fusilamiento, no se cerrará el expediente de
incautación de bienes a los cuatro trabajadores juzgados y sentenciados con
sendas condenas de pena de muerte varios meses después de que fueran
ejecutados.
La
vida de esta familia, sumida hasta ahora en el anonimato y a la que he conocido
por mera casualidad, ha transcurrido en la soledad helada, en el silencio total,
abatida por el recuerdo de su abuelo y
por los acontecimientos vividos en aquel atroz verano de 1936. Así lo
recordaría siempre el padre de quien me ha hecho llegar esta historia, cuando
tras la ejecución del suyo, y con apenas 13 ó 14 años, es llevado en un camión
al pinar junto con otros, en plena noche, solo a la luz de los focos del camión
y solo ante la muerte inconcebible. En ese duro trance uno de los captores, al
verle, dice en alto: “¿ Pero que me traéis
aquí?. Es solo un chaval; anda, corre, marcha de aquí”. Se echa a correr sin senda,
sin camino conocido, se tropieza, cae, vuelve a emprender la huída, sin mirar,
sin ver, sin querer oír los gritos, las descargas, hasta que, aterrorizado, cae
agotado. Con las primeras luces del día, buscará las vías del ferrocarril que lo devuelven a su
casa. Así reemprendió la vida, con el dolor en el alma y con el
recuerdo de su padre que conservó,
silencioso, en la cartera hasta su muerte.
Dice Albert
Camus que fue en España donde los hombres aprendieron que es posible tener
razón y aún así sufrir la derrota. Esto es lo que explica por qué tantos
hombres en el mundo consideran el drama español como su drama personal.