Cuando se cumplen cinco años de su muerte, la voz del poeta Tomás Salvador
(Zamora, 1952-Móstoles 2019), volvió a resonar ayer en Valladolid. Y lo hizo
literalmente en la Casa Revilla donde una grabación en la que el poeta lee sus
versos fue el colofón a una jornada en la que se vivió intensamente su recuerdo
y en la que participó el núcleo duro de sus amistades, en su mayoría escritores
vinculados a esta ciudad y a una publicación - El Signo del Gorrión - cuya
trayectoria ha sido también objeto de una reciente publicación.
La amistad, la amistad entre poetas y escritores, la pasión por la
creación, fue uno de los hilos conductores de su vida y esa amistad fue el eje
principal de la conversación que mantuvieron en el inicio de la jornada y en el
marco de la Feria del Libro de Valladolid, Ildefonso Rodríguez y Miguel Casado.
El primero es el autor de un libro ‘Pliegue a pliegue’ en el que celebra, añora
y confiesa el transcurso de una amistad basada en la intimidad, pero también en
el respeto.
Para Tomás Sánchez Santiago, que abrió el turno de intervenciones en la mesa
redonda que se celebró por la tarde, en la Casa Revilla, la poesía fue la
manera de vivir del autor de poemarios como ‘La entrada en la cabeza’ o
‘Aleda’. “No hay suturas entre el poeta y el ser. Escribir como vivir era para
él un acto de entrega”. Para Antonio Ortega, director de la colección que
publicó la obra completa de Salvador en Dilema Editorial, la infancia y la
memoria fueron los lugares de su poesía; el paisaje y el paisanaje del mundo
rural y su lenguaje en vías de desaparición.
El poeta Víctor M. Díez, autor del ensayo que prologa su poesía reunida, se
refirió a la voluntad de Tomás Salvador de vivir apartado del centro donde se
supone que ocurre todo, en Arenas de San Pedro, “un lugar en el mundo para
esperar el poema”. Por último, la faceta de poeta visual, la relación de
Salvador con las artes plásticas fue puesta de manifiesto por Luis Marigómez,
coordinador de la exposición que recoge algunos de sus poemas visuales, una
categoría, una etiqueta, con la que su autor no estaba muy conforme pero que
sirve para denominar ese trabajo en el que experimentaba con el collage, la
fabricación de papel, siempre con el verso ‘encontrado’ como guía. Para
Marigómez, Salvador bien podría ser el cualquiera de sus dos pájaros favoritos:
el gorrión, por ser un pájaro que suele ir en grupo (Sánchez Santiago había
manifestado antes que Salvador necesitaba el “murmullo de los otros para
vivir”), o la oropéndola, pájaro tan hermoso como esquivo.
Intensa jornada que tuvo a dos mujeres en la sombra. La hermana del poeta
María Antonia Salvador, impulsora de este homenaje y su viuda, Cristina del
Teso, que custodia su legado y que estuvo acompañada en el acto por su hijo
Bruno Salvador. Dos cosas quedaron finalmente de manifiesto. El poeta vivirá
mientras su palabra se escuche en la intimidad de la lectura o en el gozo de la
escucha compartida y que, como señaló Ortega, el lugar del recuerdo no es otro
que el corazón.
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