PASADOS CINCUENTA AÑOS
El
origen fue en estos paisajes inolvidables porque forman parte de nuestra vida
para siempre, a pesar de los cambios que han experimentado con el paso del
tiempo. Cuando volvemos a ellos aspiramos a encontrarnos con nosotros mismos en
el ayer y, sobre todo, a encontrarnos con aquellos de nosotros que vivieron en
esos mismos paisajes y compartieron las mismas emociones, sus rostros, sus recuerdos nos
convocan en nuestro propio yo y eso marca la amistad imperecedera de aquellos
tiempos de combate, de lucha por nuestra propia vida, el comienzo de los grandes
cambios que se experimentan tras la decisiones tomadas a partir de aquellos 23 ó
24 años, que hoy nos convocan cuando éramos jóvenes, alegres, temerarios y
felices.
Transcurridos
50 años volvemos a encontrarnos. Hemos tenido suerte. Nacidos en los cincuenta,
pertenecemos a una generación que ha vivido más de mil años. Nuestra vida, cuando nacimos, se parecía a la Edad Media, pero sin guerras, sin hambre, creo
que podemos decir que nuestra generación ha sido dichosa, nos hemos adaptado a
los cambios y nos hemos convertido en resistentes, nos hemos reinventado, nos
gusta la innovación pese a nuestra fragilidad.
Somos
la única especie que conoce el mundo anterior a nuestro nacimiento, la única
capaz de asomarse al misterio de los milenios antiguos. Nos encanta indagar en
el ayer, viajamos por los meandros de la nostalgia y nuestra relación con el
pasado es apasionada, porque es un sentimiento con nosotros mismos. Recordar
viene del latín cordis, recordar es
mirar el corazón. “La vida no es lo
que uno vivió, sino lo que recuerda”, escribió Gabriel García Márquez
Hoy
nuestra fragilidad se ha convertido en ligereza, en flexibilidad frente a
nuestro propio destino. Hoy hemos llegado, espero, a la vida lenta, a disfrutar
de la “utilidad de lo inútil” en palabras de Nuccio Ordine.
¿Y qué
es lo útil y lo inútil? ¿Qué es?
Alexis
de Tocqueville decía que “a lo largo de la vida hemos hecho constantes
esfuerzos para alcanzar el bienestar, ha predominado en nosotros el amor a lo
útil sobre el amor a lo bello”. Por su parte, Georges Bataille indica que “el
bienestar de la familia y allegados ha sido a veces una idea obsesiva de lo
útil en nuestra juventud y madurez”.
En la
Geografía de la temporalidad humana son demasiadas las cosas que he tardado
mucho tiempo en comprender. Hoy creo que la cultura es lo que conforma toda
nuestra vida. Y además nos queda la palabra; “sin palabra no hay memoria”,
afirmó Simone Weil y en la placidez de la vida transcurrida, en la que tantas
cosas han pasado, nos encontramos con la naturaleza que no nos juzga y nos
ofrece la buena soledad, la contemplación de lo bello, lo que nos serena.
La
percepción de la edad… ¿Cómo nos percibimos a nosotros mismos? Es ahora cuando
más necesitamos la insustituible inutilidad, algo que no implique un uso
práctico, laboral. Ha llegado la importancia de lo inútil. En sus Ensayos escribe Montaigne: “es gozar, no
el poseer, lo que nos hace felices”. Y es que lo inútil se asocia a los más
bellos logros del arte, a la poesía, en la que lo que cuenta es el instante
presente que da valor y sentido a la vida, A lo largo de nuestros años de
aprendizaje hemos desarrollado esos saberes útiles que nos han permitido afrontarla,
pero sobre todo somos conscientes de que el saber encierra belleza hasta
comprender que el aprendizaje de eso que se consideraba inútil es ahora nuestro
saber más preciado. Es la importancia del saber en sí que tan lentamente
penetra en nosotros y que tanta felicidad nos proporciona.
El
saber en sí desarrolla de tal manera el espíritu que siempre es beneficioso
como un DON para quien lo posee y para el mundo, ya que, como destaca Michel de
Montaigne, resaltando una idea en la que también insiste Ordine, “el
conocimiento es la única riqueza que se puede transmitir sin empobrecerse”. La
seducción de los saberes, la pasión por el conocimiento es también un don que
debemos practicar y que nosotros iniciamos al amparo de estos gruesos muros. De
ahí que hagamos nuestra la observación de Goethe cuando señala que “no se
conoce si no lo que se ama”.
Los
libros contienen las palabras de los sabios. Forman parte de las obras de los
mejores, poseedores de una cualidad que sobrevive a la erosión implacable del
tiempo y que asegura su perennidad hasta nuestros días. Las ciencias, todas las
ciencias llevan a veces a la apariencia de conocimientos inútiles, aunque es
bien cierto que siempre evolucionan hacia el conocimiento del mundo que nos
acoge, como dejó bien destacado el propio Galileo.
En
1907 Henri Poincaré subrayó que el valor de la ciencia reside en el hecho del
placer que encontramos en la belleza de la naturaleza, en la armonía que su
conocimiento e interpretación transmiten. En la actualidad ese agujero negro
Sagitario A, situado en el centro galáctico de Vía Láctea, resulta para mí algo
indefinible, aunque lo percibo como parte sustancial de ese Universo que nos alberga,
como elemento clave de esa armonía constructiva y destructiva a la vez, lo que
lo convierte en un desafío y en una pasión intelectual.
El
objetivo del arte reside en la posibilidad de alcanzar la belleza, alejados ya
de cualquier pretensión utilitarista. Unir la búsqueda de la belleza y nuestra
virtud es lo que nos proporciona una invencible fuerza de ánimo y serenidad en
las relaciones, dotadas de gran humanidad, con quienes nos rodean. Y además en
ese vínculo que se establece entre el placer y la virtud – la ética, la moral,
los principios – nuestra propia naturaleza busca la tranquilidad y la libertad
mientras la contemplación de lo bello incita a la alegría inquebrantable y
constante capaz de asegurar una comprensión benevolente con nuestras
debilidades.
Queridos
amigos, la contemplación consuela, se enriquece al observar la nevada apacible
en la mudez del día, en un entorno dominado por el silencio puro, la
desposesión resplandeciente, la claridad que todo lo abarca, por más que se
muestre invisible. De ahí que la atención y la observación se conviertan en
pura poesía, como una especie de consuelo en el que se refugia lo que Borges definió
como “la secreta, compleja y modesta madurez”, En ese contexto, cobra pleno
significado el papel que corresponde a la música como componente esencial de
nuestra visión del mundo y de la sociedad. Comparto en ese sentido la acertada reflexión
del poeta cuando señala que “bajo el influjo de la música, ese lenguaje
universal, me parece que siento lo que en realidad no siento, que entiendo lo
que en realidad no entiendo, que puedo hacer lo que no puedo. La música, en
fin, me ayuda a ser otro”, que me permito calificar de más capaz, más valiente,
más feliz.
Valladolid, 6 de junio 2024