Todos
sus compañeros extranjeros y quienes colaboraron con ellos han sido justamente honrados
y reconocidos. Calles, estatuas, placas les han sido dedicadas como testimonios
evocadores que perpetuasen la memoria de un equipo de ciudadanos europeos a los
que tanto debe la consolidación de la democracia europea debida a la inteligencia y el
enorme esfuerzo realizado durante la Segunda Guerra Mundial. Mas en ese grupo
las acciones desplegadas por los españoles permanecen aún sumidas en el
desconocimiento que alimenta la indiferencia y el olvido. Me refiero a los
siete ciudadanos españoles que participaron activamente, y con resultados
espectaculares, en el descifrado de los códigos encriptados que los nazis
utilizaban mediante la máquina electromecánica Enigma de cifrado
rotativo.
Dentro de este grupo cobra especial
relevancia la labor llevada a cabo por Faustino Antonio Camazón Valentín como
una de las figuras más destacadas en la historia del espionaje europeo. Nacido el 5 de junio de 1901 en la calle de Las Damas en Valladolid (averiguación realizada por mí en el Registro Civil), su experiencia vital pone al descubierto las cualidades
de una personalidad muy audaz e inteligente, intensamente implicada en
actividades de alto riesgo que al propio tiempo requerían de una sólida
formación técnica, así como de un alto de nivel de discreción que le ha
mantenido en un olvido aún no suficientemente despejado.

A falta de elaborar
una biografía pormenorizada del personaje, son conocidas las alusiones al
carácter intrépido que demostró desde la juventud, cuando a los 12 años embarcó
como polizón en un barco con destino a Colombia, de donde fue repatriado por su
familia para instalarse en Madrid. Durante los estudios realizados en la
capital de España puso al descubierto grandes cualidades para el conocimiento
de los idiomas y del lenguaje matemático, vertientes ambas que habrían de
constituir los pilares de su formación y de sus aportaciones a la criptografía,
en la que, con carácter pionero, logró acreditarse como un extraordinario y
eficaz especialista.
Sobre estas bases se asienta una coherente trayectoria
profesional que, iniciada en la Policía madrileña, se centró posteriormente en
el servicio secreto español en el Norte de África, que le condujo al
aprendizaje del árabe y al establecimiento de relaciones con los servicios
secretos franceses para afianzarse como alto responsable de las tareas de
inteligencia durante la Segunda República española y la guerra civil. En plena contienda (1938) conoció en Barcelona
a la que habría de ser su esposa, la enfermera María Cadena, de origen oscense
y fue también en ese escenario en el que tomó contacto directo con el funcionamiento de las máquinas Enigma diseñadas y utilizadas por el ejército
alemán para el envío de mensajes criptados orientados a las operaciones de la
Legión Cóndor. Tras la derrota de la República, huyó a Francia, donde formó
parte del conjunto de españoles hacinados en los campos de concentración de
Argelés-sur-Mer.

Con la ayuda de los franceses - gracias a la iniciativa de Gustave Bertrand
que le eligió para coordinar el grupo de criptógrafos (y mantenerle tras la IIGM en los servicios de
inteligencia de Francia) - pudo
abandonar ese lugar para realizar a partir de entonces una intensa actividad
que, organizada en un equipo formado por españoles, franceses y polacos, se
dedicó a una tarea esencial: la reconstrucción y organización de una Oficina –
Equipo D - diseñada específicamente con
el fin de descifrar los mensajes logísticos transmitidos por los nazis mediante
el uso de la máquina Enigma, que constituyó un elemento esencial en la
estrategia militar del ejército nazi, ya que de ella dependía el funcionamiento
de todos los organismos relacionados con las actividades bélicas y de
espionaje. Conviene reseñar que fue en la guerra civil española cuando por vez
primera vez se utilizó Enigma a raíz de la venta al ejército franquista de
varias máquinas con la intención de verificar su eficacia real.
La posibilidad de desencriptar todo
ese decisivo caudal de información abrió un enorme campo de posibilidades para
la actuación de los ejércitos aliados, dado el grado de eficacia alcanzado y a
pesar de las vicisitudes vividas por el equipo responsable de esa función, y
que obligaron a traslados –de Francia a Argelia para regresar posteriormente a
Montpellier y de nuevo a África - con elevado nivel de riesgo. Mas ello no
impidió mantener la continuidad del trabajo de criptoanálisis que supuso el
entorpecimiento de la estrategia militar alemana, dificultando muchas de las
operaciones de ataque y destrucción programadas y haciendo posible que el
conflicto bélico tuviera menos duración en el tiempo. Tras la guerra, se le
brindó la posibilidad de integrarse en los servicios de inteligencia de Estados
Unidos, oferta que declinó para incorporarse, en cambio, al Ministerio de
Asuntos Exteriores de Francia, con atribuciones relacionadas con España y
América Latina.
Jubilado en 1968, regresó a España
para instalarse en la ciudad de Jaca, donde falleció el 19 de octubre de 1982.
Desde entonces, y haciendo uso de una enorme discreción sobre la experiencia vivida,
su figura ha quedado difuminada, más allá de las alusiones puntuales a su obra
recogidas en publicaciones dispersas y en valoraciones rigurosas como la realizada por el profesor Arturo Quirantes, profesor de Física de la Universidad de Granada.
Es Faustino Antonio Camazón un personaje digno de reconocimiento
expreso en el año en que se conmemoran las cuatro décadas de su fallecimiento.
Un reconocimiento que correspondería efectuar en su ciudad natal, para que deje de ser, al fin, “un tal Camazón”
o” el matemático olvidado de Valladolid”. El excelente documental “Equipo D:los códigos olvidados”, realizado por Jorge Laplace y elaborado con la
colaboración del historiador José Ramón Soler y de los matemáticos Manuel Vázquez
Lapuente y Paz Jiménez Seral, y dado a conocer en la Semana de Cine de
Valladolid 2019, aporta un argumento adicional a esta propuesta, a la que me he comprometido.
Publicado en El Norte de Castilla 18.enero.2022