viernes, 3 de abril de 2015

Aranjuez


Aranjuez es pura geometría de un espacio cuidadosamente  ordenado desde el siglo XVI al XVIII, que se conserva en sus casas de cortesanos o servidores de palacio, aún habitadas, y que nos enfrentan a su pasado de glorias reales, de huertas y acequias. Reflejo palmario de la construcción de un paisaje al servicio del poder real, todos sus elementos aparecen integrados en una estructura coherente, destinada a la creación del entorno identificado con el periodo de estancia de la Corona durante las primaveras. 








Llama la atención el acondicionamiento de los cursos de agua con ese fin. La elección del interfluvio formado entre el Tajo y el Jarama  marca en sentido primordial la existencia y la historia de Aranjuez: el agua como elemento placentero y como soporte vivificador de las inmensas huertas. De ahí el significado del río Tajo y del canal de derivación que rodea los jardines de la Isla, y el Palacio del Real Sitio, con su cascada de castañuelas, muestra aún su magnificencia, de Reyes y nobles, navegando sus aguas en las falúas reales.












Y aún, en la ciudad más alejada de la Corte, desde las calles de la Reina, el Príncipe y las Infantas, se conserva el esplendor del tiempo transcurrido en sus calles, plazas, fuentes, jardines y buhardillas. En el Palacio y en la Casa del Labrador, capillas y oratorios, sin catedrales, sin Inquisición, un espacio concebido para el descanso, diseñado para el juego, el placer, el ocio, y la expresión de las múltiples manifestaciones que derivan de la riqueza del poder absoluto. 




Este siglo XVIII tan francés, tan italiano y castizo, aquí se conserva hasta nuestros días.